Bienvenido al paraíso, señor embajador
No me malinterprete, excelencia. De ninguna manera me refiero a ese paraíso sexual cuya promoción atrae a tantos depravados aunque constituya un verdadero infierno para las mercancías. Tampoco me refiero a ese paraíso fiscal para tantos delincuentes que constituye un verdadero infierno para quienes no comemos si no trabajamos y pagamos más impuestos de los que deberíamos. Ni siquiera me refiero al verdadero paraíso de nuestras riquezas turísticas, mineras y demás, tan codiciadas por extranjeros como inaccesibles para nosotros, los dueños. Me refiero, señor embajador, a todo lo que aprenderá de la doble moral de los dominicanos, y lo dejo así, en masculino, por ser correcto, tanto desde el punto de vista del lenguaje como, ya lo constatará, por la incontable cantidad de hombres que aparentan una preferencia sexual pero, de preferir, realmente prefieren otra. Aunque eso lo encontrará en cualquier parte del mundo, lo de nuestro país, más que antológico, es ontológico. No se trata sol...