Confraternidad
Doy por hecho que cada
aspirante a una candidatura del partido al que pertenece sabe con qué cuenta
para ganar o no la convención, las primarias, o como se llame el método
utilizado para llenar las boletas y presentarse a las elecciones.
Está claro que los votos con
los que se gana una candidatura no son suficientes, en ningún caso, para llegar
al puesto en las elecciones. Ni siquiera bastan todos los votos del partido al
que se pertenece. Si fuera así, no habría que hacer campaña, no habría que
desgastarse buscando votos en todo el país y fuera de él. Es por eso que ningún
precandidato, a lo que sea, puede ni debe enemistarse con, maltratar a, ni desdecir
de los otros precandidatos y quienes los apoyan. Lo mismo va para los seguidores
de cada precandidato.
Si nos hemos organizado todos
en el mismo partido, es porque tenemos afinidades grandes y sólidas en términos
de lo que queremos para el Estado, para la sociedad. Se supone que el propósito
es lograrlo, entre otras, colocando nuestros candidatos en los puestos
electivos. Y esos candidatos serán quienes resulten ganadores de las
convenciones.
Hay que abolir esa práctica
maldita de descalificar, desacreditar a quienes momentáneamente y con todo el
derecho apoyan a sus favoritos, porque a la hora de la verdad tendremos que
apoyar a los que ganen.
¿Con qué ánimo se va a
movilizar un dirigente o un militante a hacer campaña a un candidato que no sea
el suyo si ha salido maltratado por ese candidato y/o por algún/os de sus
seguidores más vehementes? Y, ¿con qué fuerza esos candidatos y sus seguidores
se atreverán a contar con el duro trabajo de campaña de aquéllos de quienes se
distanciaron, a quienes maltrataron, de quienes desdijeron porque apoyaron a
otro precandidato?
La democracia se ha impuesto por
la ilusión de libertad que esparce. Por eso, hace siglos, Platón y Aristóteles
la llamaron “el gobierno de los mediocres”. Parece que esa ilusión de libertad
lleva a mucha gente, definitivamente mediocre, a demandar para sí un respeto
que no ejerce hacia los demás.
Los dirigentes y militantes
de los partidos somos todos mayores de edad, algunos “más mayores” que otros. Estamos
muy viejos para estar haciendo denuncias y querellas, creando conflictos por
puerilidades, chismes baratos o inventos destinados a congraciarse con el candidato
que preferimos o a justificar momentos desafortunados.
No quiero actuar como pastora
de iglesia, ni como conferencista de auto-ayuda. Quiero apelar al buen sentido,
a lo mejor que cada uno tiene en sus ideas y, muy en particular, en sus
emociones y en sus costumbres, para que seamos atractivos, convincentes. A ese
propósito, nada mejor que sentar un precedente de confraternidad, de buenas
prácticas de convivencia.
Nos hemos organizado porque
tenemos una causa común y estamos trabajando juntos, unidos, afinados como la
mejor de las orquestas, para alcanzar las metas trazadas. Tenemos que
demostrarlo con cada una de nuestras palabras, con cada uno de nuestros actos.
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