El Vergel desde 1965

El día que estalló la revolución, yo vivía en lo que es hoy la calle El Vergel # 2, entonces monte y culebra. Mi casa era la única habitada. Había otras en construcción y el acceso era un trillo de caliche desde lo que ya hace tiempo se convirtió en Avenida Tiradentes y calle José Andrés Aybar Castellanos.

Tenía 13 años "entrao" en 14. Una bicicleta y un perro. Con ellos me la pasaba recorriendo otro trillo de caliche, que hoy es la Avenida 27 de febrero, pero entonces era la abandonada pista de aterrizaje del Aeropuerto General Andrews.

Donde años después se construyó el Parque Olímpico, había un barrio con 599 familias en extrema pobreza. En fin, nada qué ver con el concepto de una ciudad.

Solo llevábamos dos meses y medio viviendo en la casa propia. Y precisamente esa tarde del 24 de abril, mi papá, mi hermano, mi abuela y mi tía se habían ido de fin de semana a Puerto Rico. Solo estábamos mi mamá, la empleada y yo en casa.

Sin luz, sin agua, sin teléfono, sin más vecinos que el guardián de una construcción y su familia, las provisiones agotándose, y sin saber bien qué estaba ocurriendo, mucho menos cuándo nuestros familiares podrían regresar de Puerto Rico.

Así aprendí a manejar. No recuerdo cómo, llegamos al mercado de Mata Hambre. Mi mamá compró lo que necesitábamos, y regresamos a casa. Sanas y salvas. El carro, una station wagon Volkswagen Brazilia azul, sin el menor rasguño. ¿Qué cuántas veces se me apagó en el trayecto? 50 (sin cuenta). Yo, de todos modos inflada, como un pavo real, en heroísmo full.

Algunos propietarios de las viviendas en construcción se mudaron en sus casas sin terminar, ya que vivían en zonas vulnerables. Luego detectaron que uno de ellos era dueño de una ferretería, un hombre muy diligente y servicial, don Miguel Mejía, y pudieron agilizar la terminación, si no de las casas enteras, al menos de una buena parte.

Así se armó el barrio, proyecto de SAVICA. El solar de nuestra casa, de 630 m2, costó 3 mil pesos. Y la casa 18 mil. A 20 años, pagando 35 pesos mensuales.

La calle seguía siendo de caliche. Solo años después, se anunció que la asfaltarían y que Balaguer, ya presidente, iría a inaugurarla.

A mi mamá le atormentaba la idea de que fueran a dar a nuestras calles los nombres de algún asesino o delincuente, práctica todavía en uso.

Entonces, rápidamente, pidió a una vecina que trabajaba en la Cementera, que hiciera dos letreros, uno que dijera La Fronda, para la calle corta que unía y todavía une la entonces Prolongación México con la 27 de febrero, y otro para la calle más larga que dijera El Vergel, desde La Fronda hasta la también hace años César Dargam.

Y se llenaba la boca de orgullo y satisfacción diciendo que vivía en El Vergel esquina La Fronda. Lo cierto es que hizo un jardín que llamaba la atención y hacía detener a muchos transeúntes.

No sé si es oficial, pero mucha gente llama El Vergel a todo el sector, incluso hasta la Avenida Abraham Lincoln, toda esa franja entre la 27 y la México.

En poco tiempo, ya pasada la revolución, el barrio se puso de lo más animado. Frente a nosotros se mudó el arquitecto Eugenio Pérez Montás con su esposa Angélica y sus dos hijas; al lado de Eugenio se mudó el doctor Hugo Mendoza con su esposa Rosie y dos niños (luego nació un tercer varón, mi compadre Juan, y más adelante dos niñas). Los Roca Mera: Rafael, Radha Isis, sus cuatro hijos y los padres de Rafael. Tomás Troncoso con Annie y sus tres niñas. Luego tuvieron un varón.

Un poco más lejos, se mudó don Quirilio Vilorio con su esposa doña Esther y sus hijos. Ya habíamos sido vecinos en la Elvira de Mendoza y, en ese momento, él era el jefe de mi papá en el INAZUCAR.

El barrio se fue completando poco a poco. Los Ramírez Bisonó, los Mella Russo, los Díaz Morfa, los Peynado Alvarez, el juez Carlos Nivar Seijas y su esposa doña Modesta, por cierto, modista. Don Persio Perelló y mi adorada doña Sara con sus hijas y sobrinas, los Mejía Ramírez, los Vélez García. Y por el lado de la 27 de febrero, los divinos Báez Brugal, los Uribe Alcántara, los Espinosa, los Asmar, los divertidísimos Liz Castellanos, los Acosta, los Tapia, Mirna Guerrero...

En conclusión, que se formaron dos grupos: Los Vecinos Cordiales, que eran los matrimonios, nuestros padres, y Los Chicos Alegres, que éramos los jóvenes. Cada viernes, en diferentes casas elegidas por rifa, alternábamos: un viernes Los Vecinos Cordiales y un viernes Los Chicos Alegres. Baila y baila. Risa y risa. Cordialidad extrema. Solidaridad sin límites.

Por la forma en que nos tratábamos, conocimos muchos visitantes de las casas de los vecinos, fueran amigos o familiares. Se usaba que, cuando llegaba visita, voceábamos o mandábamos a buscar a los vecinos más cercanos para que cruzaran a compartir.

Fuimos nosotros, esos jóvenes, los pioneros en las escuelas nocturnas para empleados domésticos y obreros en el Colegio San Judas Tadeo, el dispensario médico en la casa de las Siervas de María para los barrios pobres de los alrededores, y dábamos asistencia a los barrios periféricos, principalmente al que estaba donde luego hicieron el Parque Olímpico.

A pesar de que geográficamente pertenecíamos a la Parroquia de la Santísima Trinidad, íbamos a misa y a las actividades del Colegio San Judas Tadeo. Al Club Naco, al Autocinema Naco. Más adelante, a Plaza Naco. Todo a pie, muchas veces en grupo, en gozo total.

Muchos de nosotros tuvimos nuestros primeros amores en esos tiempos. Todos, en diferentes momentos, nos graduamos de bachillerato y más adelante de la profesión u ofico que cada uno eligió. Ya para entonces, nos veíamos menos. Se había disuelto la chercha de cada noche en el parqueo de la farmacia de los Uribe. Ya cada uno había adquirido nuevas amistades en sus respectivos centros de estudios. Por supuesto, el uso del tiempo era otro y el tiempo libre dejó de coincidir. Algunos también trabajábamos.

Unos cuantos nos fuimos al extranjero, a estudiar o a trabajar. Muchos se casaron y se mudaron. Y ya, desde hace muchos años, apenas nos encontramos en los funerales.

Casi todas las casas, convertidas en torres de apartamentos, no pocas de uso empresarial o comercial. Hasta una clínica. Irreconocible.

Nada, que el tiempo que pasó no vuelve y que, a estas alturas, hemos acumulado tantos recuerdos de tantos otros tiempos y lugares, que ahora ni sé por qué recordé todo esto hoy. ¿Será que ya empecé a "desandar los pasos"?

Esa sombra que ven en la foto - que copié de Diario Libre - ya no existe. Cero árbol.








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