Semana Santa en Antigua

 Cuando llegué a Antigua en febrero de 2021, mientras hacía cuarentena, conocí a un matrimonio cubano que vivía enfrente, bastante más jóvenes que yo los dos. La conexión fue fácil y rápida. Jorge y Kenia adquirieron rápidamente categoría de hijos para mí. De hecho, me cuidaban como si yo fuera su madre.

Me hacían mucha falta, así que no lo pensé demasiado y armé el viaje a verlos, a pasar unos días con ellos, aprovechando el feriado. (Por ellos, que trabajan: mis días son feriados todos.)

El presidente de la Fundación Joaquín Balaguer, mi querido amigo Joaquín Ricardo, me regaló seis ejemplares de la Guía Emocional de la Ciudad Romántica en inglés, edición de lujo, que obsequié, cuando fui a saludar o fueron ellos a visitarme a: la dueña del local del consulado; la entonces jefa de Protocolo de la Cancillería (ahora en un puesto más alto); la jefa de Migración; el entonces Secretario Permanente de la Cancillería (ahora jubilado).

Una alta funcionaria del Ministerio de Transformación Social y la dueña de la casa donde viví más de un año no se encontraban en la isla, así que se los dejé con mis anfitriones.

También llevé dulces criollos y café Pilón para el dueño de la casita de madera donde viví varios meses cuando llegué y también mi último mes allá; para el joven a quien alquilé el vehículo que usé todo el tiempo y para la encargada del servicio consular de la Embajada de Venezuela. A estos tres tampoco los vi, así que nos comimos los dulces antes de que el calor los dañara, y allá quedó el café para mis anfitriones.

El Viernes Santo, hicimos habichuelas con dulce que luego salimos a repartir, ellos a sus amigos cubanos y yo a mis amigos dominicanos. Los cubanos querían más. Los dominicanos no dijeron nada. Pero estaban divinas.



Ya antes de llegar a Antigua, la familia Melenciano me había enviado una invitación a los 15 años de su hija Stephanie. De ninguna manera me iba a negar. Estaba segura de que esa fiesta sería todo un acontecimiento en Antigua, como en efecto fue, y esa niña es una estudiante excelente, muy educada, bien portada, de modo que, lejos de sentirme comprometida, me sentí muy honrada de que me incluyeran en la celebración. ¡Qué fiestón! De cachetín, por todo lo alto.





De hecho, mi primera salida, al día siguiente de mi llegada, fue a comer en la casa de ellos. Dizque “una picaderita”. Tremendo banquete, no hablemos de lo mucho que nos reímos. Ahí tuve la ocasión de ver a Yuliana Paredes, quien fuera la gestora consular en la concurrencia de Montserrat durante mi gestión, y que ahora vive en St. John.

El viaje valió la pena por pasar esos días con Jorge y Kenia, matarme el hambre de verlos y llevarme la sorpresa de que ¡Kenia sabe cocinar, buenísimo!, y también sirvió para cerrar ese círculo, despedirme formalmente de Antigua, ya que salí de allá por una urgencia médica y cuando me preparaba para regresar, resultó que ya estaban despachando, con mucha prisa, al relevo, de manera que no me había despedido de nadie.

Fue muy agradable una mañana pasando a saludar a algunos, con Fernando, el taxista dominicano, tan amable. Muy gratificante también pasar el lunes en la mañana con Josecito, de la Pequeña Liga de Baseball, de la que han salido varios peloteros de grandes ligas.

Sentí una alegría inmensa cuando me mostró el terreno donde el gobierno local va a construir un parque infantil tal como yo pensaba hacerlo. Luego me llevó a un par de lugares donde quería comprar unos pequeños antojos. De ñapa, me dio un paseo por una parte de la costa Oeste, que me encantaba recorrer cuando vivía allá.

Sí, tuve encuentros accidentales y también previsibles con algunos dominicanos, algunas expresiones de alegría de verme, y no carecí de pequeñas y ridículas dosis de veneno.

Tuve encuentros programados con altos funcionarios con los que, no solamente interactué durante mis funciones, sino que cultivamos amistad basada en conversaciones interminables cuando nos reuníamos en mi galería viendo el anochecer con el respaldo musical del rumor del mar.

No tiene precio ser recordada por las autoridades del país receptor como persona “problem solving”.

Antigua me estaba esperando con una sorpresa grande, grande: precisamente el día que pasé a saludar a la jefa de Migración, ella había recibido la solución definitiva, el cierre de un caso complejísimo que dejé abierto, felizmente completo en la parte que tocaba al Estado dominicano, lo que me tomó un año y medio, y que tomó más de dos años al Estado antiguano. Nos emocionamos mucho las dos, hasta las lágrimas. “This is your case!”, me decía, eufórica.

Me dijo que la protagonista del caso todavía no lo sabía, que la había citado para el martes (allá el lunes de Pascua es feriado), y evidentemente, así fue.

Hoy, miércoles, cuando me levanté, estropeadísima por la pela del viaje de regreso, encontré los emotivos mensajes de la protagonista, ahora beneficiaria del esfuerzo conjunto, dándome las gracias. Recuperó su categoría de persona.

Gracias, Profesor Well Sepúlveda, director del Voto en el Exterior de la JCE. Gracias, señor Javier Cruz Benzán, entonces Embajador Director del Departamento de Servicios Consulares. Este caso no se habría solucionado sin la oportuna, firme y eficaz intervención de ustedes.

Soy feliz. Fui a ver a mis hijos adoptados. No digo que vi a los Melenciano, que sí los vi, pero ellos vienen de vez en cuando a RD y aquí nos hemos visto.

Si me faltaba algo para cerrar el círculo, ese feliz final del complejo caso de la dominicana es el broche de oro que asegura el cierre. Pequeños logros, grandes satisfacciones.

La sensación de libertad, de poder visitar un lugar sabiendo que no le debo ni un peso ni medio favor a nadie, y que, a quien no le hice un bien, tampoco le hice daño, créanme, no tiene precio, como tampoco lo tiene estar ahí, suelta de pies y manos, sin compromisos ni responsabilidades.

Había comprado dos trajes de baño y, al final, no fui a la playa, a pesar de que hasta podía ir a pie. Con cuatro días no laborables, el desfile hacia la playa empezaba temprano. Los tumultos me ponen nerviosa. Y eso, que allá no llevan bocinas a todo dar ni pailas de spaghetti.

Pero estoy bronceadísima. Tuve que caminar mucho en los aeropuertos de Tortola y en Las Américas.

No creo que vuelva. El viaje, además de asquerosamente caro, es una tortura china. Malísimo el servicio de la aerolínea. Hay otras que, si no son iguales, son peores. Y, por Miami, es una locura en más de un sentido. Ya estoy muy vieja para esos trotes.

Este viaje le dio un giro muy favorable, súper agradable, a mis recuerdos.

Miren ahí a doña Dulce, la radióloga retirada que hace los mejores bollitos de yuca de la bolita del mundo.









 

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