Ínfulas de grandeza
Según el tío Google, las ínfulas de grandeza son un conjunto de pretensiones y presunciones arrogantes que una persona manifiesta en relación con sus bienes, actos o cualidades, para aparentar una importancia o calidad mayor de la que tiene.
La palabra ínfula proviene del
latín, se traduce como soberbia, y se relaciona a la arrogancia, a la vanidad
excesiva. Se refiere a las jactancias o los engreimientos de un individuo.
Envanecimiento, altanería, humos y aires.
Es un tipo de delirio asociado al
poder, ya que gira en torno a una creencia delirante donde la persona
alberga una idea exagerada de su importancia, capacidades o conocimientos,
incluso puede llegar a creer que es Dios. Pura megalomanía.
La ambición y la aspiración a la
grandeza pueden ser saludables y deseables en cierta medida. Sin embargo,
cuando se convierte en una estrategia de sobrevivencia, puede ser dañina e
indeseable.
Podría tratarse de un síntoma de
ruptura con la realidad propio de las sicosis. Sin ser necesariamente un
trastorno mental, podría estar anunciando uno, por ejemplo, la esquizofrenia.
De todos modos, es un trastorno
de la personalidad que los lleva a sobreestimar sus capacidades y exagerar
sus logros (lo que se denomina grandiosidad). Creen que son mejores que los
demás, únicos o especiales. Cuando sobreestiman su propia valía y sus logros, a
menudo también subestiman la valía y los logros de los demás.
Tienen rasgos en común con los
narcisistas, hasta podemos llegar a confundirlos. Se diferencian principalmente
porque el narcisista quiere que lo quieran y el megalómano prefiere que le
teman.
También pueden ser confundidos
con quienes padecen del trastorno histriónico de la personalidad, aquellos que
siempre quieren tener la razón.
Quienes tienen ínfulas de
grandeza, a pesar de sus esfuerzos, no logran convencer de su altruismo, de su
interés en los demás. Siempre terminan humillando, ninguneando, ya que no hay
ínfulas de grandeza sin una dosis de sadismo, de menosprecio. No ejercen la
lealtad, pero la exigen. Y, si les conviene, se vuelven asquerosamente sumisos.
Igualmente, cuentan con su buena
dosis de paranoia. Tienden a creer que son envidiados. Son recelosos y desconfiados.
No son completamente esquizofrénicos, sino que podrían estar en vías de serlo.
Siempre quieren quedar bien y
esto afecta negativamente sus relaciones con los demás. No importa cuál sea el
tema de la conversación, se las arreglan para llevarla a su persona, exaltando
cualidades que no tienen, no en esa medida.
Es difícil bregar con quienes
tienen ínfulas de grandeza. Es difícil aterrizarlos sin lastimar su
susceptibilidad. Es difícil hacerlos moverse hacia cualquier lado del centro
del universo. Es difícil sacarlos de su ceguera.
Si los queremos de enemigos, solo
hay que demostrarles un error, una falla, algo indebido que hayan dicho o
hecho, aunque sea insignificante.
En un mundo como el actual, lleno
de gente que no sirve, esto de las ínfulas de grandeza es irrelevante, puede
ser hasta gracioso, ridículo. De todos modos, es menos dañino, menos peligroso,
menos perverso que otros trastornos con los que lidiamos.
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