El cuerpo del delito
Comentaba con un amigo, no solamente sobre
el estilo tan lejano al ejercicio político como se concibe, sino sobre los
incalculables – por evidentemente alucinantes - gastos de un conocido en común
durante su candidatura a miembro del comité central del partido de gobierno,
sabiendo, como sabemos que no ha heredado fortuna; que, como profesional, por muy
bien que le vaya, no puede dar para tanto; y, que el puesto que tiene en el
gobierno no es un ministerio, ni una dirección general, ni una dirección
nacional, ni se trata de una oficina recaudadora, sino de servicios en
principio gratuitos. Mi amigo dijo: “ése es el cuerpo del delito”. Y no es
abogado. Ni yo.
Vivimos rodeados de cuerpos del delito; es
más, somos cuerpos de delito. Sí, porque nada más revelador que nuestras
condiciones de vida, todo lo que se nos niega, todo lo que se nos arrebata,
todo lo que se nos conculca, con el único y exclusivo fin de engrosar las arcas
de quienes llegaron al poder con hambre atrasada, con eso que ellos mismos una
vez llamaron problemas de clase, sus vicios de pequeños burgueses pendientes de
complacer, de saciar. Insaciables han resultado.
Temprano descubrieron que todo lo que
necesitaban en la vida para subir social y económicamente era bajar
políticamente, es decir, tirar sus escrúpulos al mismo precipicio al que nos
lanzaron. No se puede rebatir el socorrido discurso de que “todos han hecho lo
mismo”. Sin embargo, los peledeístas han alcanzado unos niveles insuperables.
No basta haber leído las novelas más terribles sobre las maldades y
perversiones de las que somos capaces los humanos cuando decidimos conseguir algo
al precio que sea. No basta habernos enterado de las atrocidades de los
regímenes que se han impuesto en diferentes países en diferentes momentos de la
historia.
A los peledeístas, además, no les perturba
en lo más mínimo convivir con sus respectivos cuerpos del delito. Ni en el
último recoveco de sus conciencias hay espacio para una ligera sacudida de
remordimientos, para un sustito pensando que un día se les pueda pasar factura.
No. Hasta la más débil circunvolución de su cerebro está concentrada en su
permanencia en el poder, en su ascenso, porque si con cualquier puestecito de
nada les va tan bien, no quieren pensar que se les acabe la vida sin probar lo
que se imaginan que debe ser mucho mejor, a lo que aspiran, con lo que sueñan.
Se desviven por alcanzar y superar a aquellos
quienes, en épocas olvidadas, los habrían llenado de vergüenza e indignación. Se
tienen a menos porque sus cuerpos del delito les lucen desnutridos comparados
con los robustos cuerpos de delito de aquellos que están, a sus ojos, mejor
colocados. Eso generó la desenfrenada campaña por los puestos del comité
político. Entraron en ese círculo perverso en el que el poder genera dinero,
pero el dinero no les sirve para nada sin poder. Y nosotros, sus agonizantes cuerpos
del delito, financiándolos.
Comentarios