¡A consolidar la Convergencia!

A todos nos encanta predicar la democracia que ya Platón definió hace siglos como el gobierno de los mediocres, por la ilusión de libertad que ella esparce. Y lo cierto es que más mediocres no pueden haber sido todos los gobiernos que se han sucedido en la República Dominicana, aunque algunos han tenido, no exactamente sus luces, pero sí sus chispitas. Que si a hablar de ilusión de libertad vamos, nunca como ahora la libertad había sido “simplemente una ilusión”, como el bolerazo aquél. Ahora, si queremos seguir jugando a la democracia, pretender que la ejercemos, lo primero es tener claro el panorama. Y, siendo ese panorama tan poco auspiciador como lo es, no nos queda más que deshacernos del protagonismo y demás debilidades que nos llevan a separarnos y a montar tienditas aparte, para capitalizar con madurez y responsabilidad todas nuestras afinidades, especialmente la mayor y más común: los males que nos afectan a todos por igual. La presidencia de la república es un solo puesto, la vicepresidencia también. Es un solo senador por cada provincia, un solo alcalde por cada municipio, y un número determinado de diputados y regidores por demarcación. No hay puestos electivos para todos los aspirantes. Tampoco hay ministerios ni direcciones generales ni departamentales, ni embajadas ni consulados para todo el mundo. Entonces, el móvil debe ser la necesidad generalizada y perentoria de arrancar el poder de las manos moradas y amarillas. Si fuéramos médicos, sabríamos que cuando un paciente se pone morado, está cianótico, y cuando se pone amarillo, está ictérico (no histérico, aunque así nos ponen nuestros gobernantes del momento). Y así está el país, cianótico e ictérico, en ningún caso bien de salud política, económica ni social. No estamos viviendo un momento que nos permita darnos el lujo de discutir que si Hipólito, que si Abinader, que si Hatuey, que si Geanilda, que si Guillermo, que si Eduardo. No. No estamos en un momento que nos permita darnos el lujo de subestimar a un enemigo lleno de poder, forrado de dinero, y encima sin escrúpulos. Vuelvo a mi proverbio favorito, africano por cierto: “Cuando el rebaño se une, muere de hambre el león”. Hipólito, además de manifestarse más que cansado, jarto, ha tenido la nobleza, la grandeza - extraña en un político local - de venir respaldando a quien fuera su compañero de boleta en las elecciones pasadas, sabiendo él que, si se postula, arrasa, como arrasó en 2012. Pero Hipólito, antes que nada, es padre. Y su hijo político – no yerno, que conste – es Luis Abinader. Entonces, vamos a consolidar esa Convergencia y a aglutinarnos alrededor de la candidatura de Abinader, como Fuenteovejuna, todos a una. Es nuestra única oportunidad de recuperar parte de lo tanto que hemos perdido por habernos dejado atrapar en tan malas manos. Poco importa que no nos hayan convocado. Podemos acercarnos en señal de que tenemos el mismo propósito. Y no perdamos más tiempo, que dos años pasan volando.

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