Y todos votan
He dado muchas ruedas en estos días, primero de fin de semana por el Este y
luego aquí en la capital. Ya saben que las diligencias se vuelven interminables
y casi todas hay que hacerlas dos veces por el cretinismo de los actores de la
burocracia, que ya sabemos por cual “ventanilla única” leen y oyen.
Por ejemplo, fui a un periódico a pagar tres publicaciones consecutivas
sobre la pérdida de la placa y resulta que en la certificación que nos dieron
en el plan piloto pusieron que el año del carro es 2010, cuando en la matrícula
se lee claramente 2013. En el diario me advirtieron que la DGII no aceptaría el
error, lo que significa otro viaje al lejano y nada acogedor Plan Piloto de la
Policía. Además, cuando tenga las tres publicaciones, debo regresar al
periódico para que le planten un sello gomígrafo a los tres ejemplares, cosa
que me parece mucho más que absurda.
También pagué las multas, la que me pusieron por andar sin cinturón en un
lugar lleno de choferes sin cinturón, sin licencia, sin seguro y sin nada, y la
que pusieron a mi hija por andar sin placa – a pesar del letrero de placa
robada y de la certificación del plan piloto – y por estar estacionada en un
lugar prohibido, pero lleno de yipetas encaramadas en la acera y algunas sin
placa. Resulta que hay que presentarse a Amet con el recibo de pago y, no
conforme, también hay que escuchar un sermón de una institución que no tiene
moral para conminar al apego a la ley. Lo escucharé, sí, pero también me
escucharán.
Y llevé el carro a un lavadero muy bien instalado. Pedí que lo lavaran a
presión por debajo. El (como se llame) me dijo que en una hora estaría listo y
me dio un ticket para que pasara por la caja. Cuando llevaba una hora y diez
minutos, no le habían puesto la mano al carro, pero tampoco me devolvían el
dinero. Después de más de dos horas, tuve que regarme de mala manera, de tan sucio
que quedó el carro. Encima, exigían que yo comprendiera que estaban muy
atareados, como si el dinero que pagué sin regatear no valiera nada y mi tiempo
mucho menos.
Había estado observando el meneo, ya había notado cuántas yipetas que
llegaron después que yo lavaron antes del carrito, y era evidente el esmero con
el que las lavaban y secaban, a diferencia del descuido con el que lavaron el
mío. Entre que yo era la única mujer, además una vieja, y que el carro es
pequeño, el menos caro del mercado, y sin firinfollos, su lógica les indicaba
que no tenían que esforzarse.
Todo eso sin contarles las agresiones no solamente verbales, en todas las
calles, esquinas y estacionamientos, de los demás conductores de vehículos, muy
especialmente de dos ruedas y de muchas ruedas. El caso es que no hay disimulo
en el menosprecio, el desprecio que sienten los conciudadanos por todo lo que
no huele a poder, a riqueza, a competencia por teneres, a logros por la fuerza,
por atropello.
No es sólo misoginia de parte de los hombres, no. Es que las mujeres que se
desrizan, se tiñen, se ponen extensiones, se hacen dibujitos en las uñas, se
reconstruyen el cuerpo y demás desperdicios de mucho tiempo y más dinero
también se creen mejores seres humanos que quienes preferimos quedarnos tal
cual somos y llevar una vida sin ostentación de ningún tipo, ni siquiera cuando
dispusimos de los medios para hacerlo.
Cuando pienso que todos/as votan…
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