Adoctrinados


Los 10 mandamientos de la Ley de Dios son el fundamento moral del cristianismo católico. El catolicismo es la religión oficial de la República Dominicana, un país cuya Constitución establece claramente la libertad de credo y de cultos. Estos 10 mandamientos, en algunos casos solo una parte de ellos, o los mismos con modificaciones, también son adoptados por otras iglesias cristianas, muy bien capitalizados por el sistema político y, en la práctica, absolutamente desvirtuados por el sistema social, y de muy serias repercusiones en el sistema económico.
Sucede que la iglesia católica y casi todas las demás, a cambio del apego estricto a ese reglamento, prometen una vida eterna “a la derecha del Padre” (trino y uno a la vez). Dado que de esa vida eterna no existe la más mínima referencia, la fe y la esperanza no han generado la debida caridad, es decir, no han cumplido su rol de virtudes teologales, como se llaman. Y es esto lo que ha llevado a tanta gente a vivir en una falsedad que ocupa un tiempo loco, implica un desgaste alucinante y solo encuentra un poco de alivio descalificando a los demás.
Dice el primer mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas.” Y el segundo, “No usar el santo nombre de Dios en vano.” No queda el menor resquicio de duda de que, en la práctica, es exactamente al revés. Pero lo peor es que esa práctica de la base moral del catolicismo se aplica a la relación entre gobernantes y gobernados, entre superiores y subalternos, en fin, es tremendamente útil en una relación de falsa promesa y desesperada procura de bienestar, que si es opulencia, mejor, no importa si a la derecha o detrás del “padre”.
O sea, que esos dos mandamientos, además de ser parte de la zapata moral del catolicismo, también son fundamento de las malsanas relaciones entre los políticos y sus votantes. Son un mandato de genuflexión, de incondicionalidad, a lo que se suma aquello de “santificar las fiestas” que, si bien se refiere a ir a misa los domingos y fiestas de guardar, en el mundo real se trata de actividades estrechamente relacionadas a la adoración, más que en determinadas fechas, en ciertas temporadas.
El tercer mandamiento nos conmina a “amar al prójimo como a ti mismo”, para lo cual haría falta que primero te ames, preferiblemente con locura y pasión loca, lo cual es bastante improbable si ya eres genuflexo e incondicional, razón de sobra para odiarte a muerte a ti mismo, no hablemos de nuestra aberrante inclinación a descalificar a los demás para poder darnos unos puntitos en nuestra auto-calificación, como ya dije antes, para que la carga de nuestra conciencia nos pese unas onzas menos. Es como echar un poco de plumas en una carga de plomo.
Bueno, por ahí siguen otros mandamientos relativos a ese amor al prójimo y a uno mismo, tales como “no fornicar”, es decir, no ejercer la sexualidad fuera del sacramento del matrimonio, sobre lo cual no hay que decir nada, porque ese no lo cumplen ni los jefes de la iglesia; “no robar”, del que se puede decir lo mismo y mucho más que del anterior, dada su estrecha relación con las jerarquías establecidas por los primeros mandamientos; “no matarás”, cuyo incumplimiento ya es una moda con buen nivel de respaldo legal y social; “no desear la mujer de tu prójimo”, sobre el adulterio, de lo que también hay poco que contar porque todo se sabe.
¡Ah! Casi se me queda en el tintero el que manda a “honrar a tu padre y a tu madre”, relativo más bien a la gratitud a quienes te traen al mundo, te crían y te educan hasta que te independizas. El mandamiento no especifica si hay que honrarlos aunque tu vida haya sido un infierno de vejaciones, abusos y demás, en cuyo caso estaríamos hablando de un deber de servilismo, de esclavitud y de sentimientos nada parecidos al afecto.
Ya ni sé por qué este desvelo me llevó a esta disquisición, pero aprovecho para recordar y recordarles que no es lo mismo lealtad que sumisión, tampoco es lo mismo caridad que solidaridad, y que no debemos cejar en nuestra lucha por nuestros más elementales derechos civiles, por la inclusión social y por la independencia económica, en otras palabras, por la merecida e indispensable autonomía.
Mientras sigamos aceptando este estado de cosas, conformes con lo que “nos ha tocado”, estaremos colocando a nuestros descendientes en una situación de la que no podrán salir. Ya están bastante mal con la deuda que hasta sus tataranietos tendrán que pagar, de la cual hemos sido cómplices pasivos precisamente por amar a ciertos dioses por encima de todo, bueno, por cumplir con todos esos mandamientos y sentirnos bien porque somos diferentes a quienes (pensamos que) no los cumplen, sin darnos cuenta de que, en realidad, estamos adoctrinados.
No dejen de ir y llevar gente a la Plaza de la Bandera, truene, llueva o ventee. De negro y con banderas nacionales. Que no sea por ti que no se complete el millón de participantes.

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