“Que en él se insuelva”
Desde muy pequeña, estoy oyendo resaltar la importancia de tener animales domésticos para que, cuando nos desean mal o nos hacen brujería, el efecto le caiga al inocente animalito que, cuando enferma, se accidenta o muere, es sentenciado con esas palabras: que en él se insuelva.
A estas alturas de mi vida, ni siquiera estoy
segura de que el verbo insolver exista en nuestro idioma, mucho menos de su
significado real.
Como nunca me ha importado mucho que me deseen
mal, y menos que me echen brujerías, no me he visto en la necesidad de
pronunciar esas palabras tan duras para quien nos cuida, nos acompaña y nos
divierte, justo cuando están sufriendo o muriendo.
Sin embargo, recuerdo algunos momentos de mi
vida en los que, sintiendo una gran alegría, viviendo algún logro, alcanzando
una meta, celebrando un triunfo, ha llegado lo que llamo el precio. Y ese
precio, cada vez, ha sido la pérdida de una mascota muy querida.
Por solo dar un ejemplo, en los días que mi
hija iba a graduarse de Doctora en Medicina en Intec, Mei Josefina, nuestra
perra chow chow de 14 años, fue diagnosticada de linfoma no sé qué y murió seis
días antes de la graduación, después de varios días de mucho sufrimiento para
las tres. De hecho, para las cuatro, porque Tantán (María Constanza), la gata,
quedó inconsolable.
Podría contarles más casos en nuestra historia.
Ahora, cuando me estoy preparando para irme a trabajar a un consulado
dominicano en una isla antillana, llena de planes y proyectos, feliz por la
oportunidad de servir y ahorrar cuando ya me sentía inútil, Rosalía, quien ha
sido mi sombra, mi “norsa” y mi guardaespaldas durante los últimos ocho años,
tiene hipotiroidismo severo y colapso de tráquea, dos enfermedades comunes en su
raza, pug.
Solo yo sé lo que siento cuando ella se
desespera buscando aire. Por cierto, me recuerda los últimos minutos de vida de
Mei Josefina. Rosalía ha envejecido mucho en cuestión de días. Y yo no paro de
pensar que ahí viene el precio, ese precio que nos cobra la vida cuando nos da
algo muy bueno, que si fuera algo muy malo, tampoco quisiera que “se insuelva”
en ella.
Tengo claro que todo lo que vive, muere. La parte
que no entiendo es por qué ese hecho natural tiene que ocurrir en momentos que
nos encontramos sumidos en una alegría, que estamos a pocos pasos de un
acontecimiento llamado a mejorarnos la vida. ¿Será una advertencia para que valoremos
lo bueno que está por llegar?
Por suerte, quedaré con la tranquilidad de que
Rosalía ha sido y es inmensamente feliz. Sus recuerdos siempre serán alegres,
porque con ella todo ha sido un gozo. Es divertida, determinada, aun así, con
sus malestares. Pero va a doler perderla.
No pierdo las esperanzas de que supere todo
esto y que, más adelante, pueda llevármela. De todos modos, siempre tendrá su
lugar en mis pensamientos. Gracias, Pierina, por ese precioso regalo. Gracias,
Rosalía, por todo.
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