Tres pérdidas recientes

Maritza

Desde que se fue a vivir a Francia, hará algo más de 40 años, solo la vi una vez, pero de alguna manera, tenía noticias suyas de vez en cuando.

Precisamente poco antes de su muerte, supe de ella por una amiga que fue a visitarla y publicó varias fotos en Facebook.

Pocos días después, la mala noticia de una súbita condición de salud irreversible. Hubo momentos de alegre esperanza, pero la condición regresó de manera fulminante.

Siempre la recordaré como aquella amiga tan divertida, acogedora y solidaria, breve compañera de estudios en lo que para ella era una segunda carrera; una madre amorosa pero firme y una verdadera heroína ante las adversidades.

Marcia

Fue mi profesora en el colegio y en la universidad. Mucho más que eso, me indicó el camino a seguir en diferentes momentos y aspectos: me convenció de la carrera que me convenía, me introdujo en el mundo de la corrección de libros, me fomentó el amor por la lectura y me insistió mucho en la adopción de la escritura como método infalible de desahogo. Siempre pude disolver conflictos y penas con sus orientaciones.

La sólida amistad que desarrollamos me abrió espacio en el seno de su hogar, donde nunca viví, pero en el que me autoproclamé - y así fue refrendado por ella y por su esposo - “la mayor de sus hijos y la única hembra”.

No sé qué habría sido de mi vida si Marcia no me hubiera acogido en la de ella.

Fue muy difícil el proceso de sus últimos meses. No queríamos perderla, pero tampoco queríamos que siguiera viviendo bajo el yugo de sus dolencias.

Y así quedamos sus siete hijos: los tres con los que llegó Jacobo al matrimonio, los tres que ella parió dentro de esa felicísima unión, y yo: con el dolor de no tenerla más, y la satisfacción de que nos mantuvimos pendientes de ella hasta su último respiro.

Gracias, Marcia querida.

Mario

Mi historia con Mario fue muy diferente a la del Mario con la Cosette de Los Miserables.

Nunca estuvimos ni remotamente enamorados uno del otro. Nunca pasamos por un mal momento juntos. Cero stress.

Conocí a Mario Calderón en casa de Nancy Alvarez, en lo que parecía una fiesta, pero no era más que otra de las divinas cherchas que se armaban con tanta frecuencia en casa de las Alvarez, cinco hermanas, todas con muchos amigos.

Mario pertenecía al grupo de bailes de Casandra Damirón y así me lo presentaron, casi como un desafío. Todos perdieron sus apuestas. Nos entendimos tan bien bailando que ya no queríamos bailar con nadie más. Claro que bailábamos con los otros y las otras, pero había algunas piezas, principalmente algunos merengazos, que eran sagrados para bailarlos juntos.

Siempre respetuoso, muy respetuoso, aunque nunca le faltó una broma sana ni un buen chiste. Nunca me dijo su edad, solo decía que era más joven que yo, y parece que era cierto.

Después resultó que era hijo de don Telesforito Calderón, gran amigo de mi mamá y de mis tías. Su mamá quiso conocerme y allá fuimos un día, a conocer a su mamá, que me impresionó muy bien, como pocas madres de otros amigos. Me sentí muy bien acogida por ella.

No recuerdo si Mario cocinaba otra cosa, pero hacía unas habas verdes con dulce de concurso.

Mario dejó de bailar hace años, debido a la aparición del Vértigo de Menier. Años después, yo también dejé de bailar por el impacto de mis libras y el cigarrillo. Bueno, también dejé de hacer fiestas en mi casa y dejé de ir a los lugares donde fui a bailar durante varios años.

Así, cada vez nos comunicábamos menos, pero el cariño y los recuerdos siempre presentes.

Reflexión

Desde niños, todos hemos visto morir mucha gente. Pero percibo que a esta edad el desfile va más rápido. No sabemos en qué lugar de la fila estamos. Con toda seguridad, cada día estamos más cerca.

Como no hay referencias sobre el llamado más allá, no tenemos certeza de un posible reencuentro en otra dimensión.

Tampoco sabemos si lo que tenemos archivado en nuestra conciencia, en nuestra memoria, se irá con nosotros cuando crucemos el umbral de la muerte, de manera que mientras seguimos avanzando en la fila, aliviaremos la dolorosa sensación de pérdida recordando los muchos, buenos e inolvidables momentos vividos.

Y, si de casualidad, resulto fácil de olvidar, si nadie me recuerda cuando me vaya, no importa. No estaré para verlo.




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