Tener animales en estos tiempos
Me complace mucho todo lo que se ha logrado en materia de derechos de los animales, principalmente los domésticos, aunque falta un detalle importantísimo: la apertura de hospitales veterinarios.
Sí, porque no sé cómo hacen
quienes tienen perros y gatos en sus casas cuando se les enferman.
Hay que tener muy buen bolsillo
para llevar un animal doméstico al veterinario. Que, si el asunto termina
requiriendo servicios funerarios, fácilmente hay que tomar un préstamo en un
banco.
No es como antes, que el perro o
el gato morían, metías el cuerpo en una funda plástica y lo enterrabas en tu
patio o lo tirabas a la basura. Nooooo.
Esos tiempos quedaron lejos.
Después que hemos dejado nuestras arcas vacías, las tarjetas disparadas (y que
las hemos pasado todas con los veterinarios – no es poco lo que hay que
soportarles), si terminamos cayendo en las manos de los proveedores de
servicios fúnebres.
Si queremos cremar nuestra
fallecida mascota, el procedimiento se cobra por libras. Recientemente, pedí
información. Cremar un perro o un gato de más o menos cinco libras cuesta
alguito más de RD$18,000 y hay que pagarlos en efectivo.
Pero vamos al feliz estadio de
mascotas sanas. Siempre he tenido animales, principalmente perros y gatos. En
ocasiones, no uno ni dos, sino muchos. Ya no recuerdo a partir de qué momento
dejamos de darles de la misma comida que comía la familia. Tampoco recuerdo
desde cuándo los huesos son peligrosos para ellos.
Lo que tengo claro es que desde
que están comiendo las nunca bien ponderadas bolitas y/o la comida blanda que
viene en latas, aparte de los precios, hemos visto nuestros animales enfermarse
de muchísimas vainas raras.
Nuestro sistema de salud pública
no incluye la salud de animales domésticos. A veces, me alegra eso, porque si
los servicios de salud a los humanos, que mantenemos el sistema, es un atentado
contra la vida, no puedo imaginar lo que sería el servicio de salud pública
para animales.
Pero urge un estudio serio, una
buena inspección de los servicios veterinarios privados. Y el establecimiento
de un tarifario por esos servicios.
Podría escribir un anecdotario en
varios tomos de experiencias hasta ridículas con veterinarios. Les contaré una
sola:
Un día, Bruna, la perra border
collie, amaneció completamente derrengada de las patas traseras. Llamamos al
veterinario, nos remitió a una clínica extremadamente lejana que ofrece
servicios de emergencia. Allá nos fuimos.
Radiografía, análisis, y un
diagnóstico que lucía como el descubrimiento de una malformación ósea congénita
que, en dos años que ya tenía la perra, no habíamos notado. Ese ratito
significó un tarjetazo de más de 14 mil pesos, no hablemos del golpe de la
noticia: una perra de gran tamaño y gorda, derrengada para siempre.
Cuando llegamos a casa, las otras
dos perras, viralatas, y el chichuahua, ¡también estaban derrengados!
Me pareció imposible que a los
cuatro les apareciera una malformación ósea congénita el mismo día, teniendo
todos edades tan diferentes: 13, 5 y 1.
Mi hija, doctora en Medicina,
completamente abrumada. De repente, le dije: “¿Recuerdas al doctor Green, de la
serie E.R.? A todo el que entraba en esa sala de emergencia, sin averiguar, le
ponía atropina.”
“Y, por las dudas, vamos a
ponerles el antibiótico para la erliquia”, recordando a la fallecida pug,
Rosalía, que presentó un cuadro parecido años atrás.
Mi hija estaba reacia, pero tampoco
quería una escena dantesca en casa, así que le dije: “Confía. Si no es envenenamiento
ni garrapatas, van a orinar los medicamentos.” Y no quieran ver la escena, los
cuatro perros acostados con suero. Pero se pararon, sanitos, al término de la
sesión.
Parece que, paseando en la calle,
pisaron alguna grama recién fumigada, porque se les quitó el derriengue con la
atropina.
Entonces, exigí que llamara al
veterinario de la emergencia y al de cabecera (a él también le había pagado $14
mil dos o tres días antes, por otra cosa) y les contara, para que se murieran
de vergüenza. Se quedaron secos.
Imaginen, si hubiéramos pagado $14 mil por cuatro, para terminar con un diagnóstico erróneo.
Hoy, se fueron más de $20 mil,
aparte de los $7 mil y pico de hace dos días, en André, mi gato “de revista”,
de 13 años, por unos cálculos en la vejiga. Les cuento que el veterinario de
cabecera, a quien llamamos hace días para llevárselo, a estas horas no ha
respondido. No sabe si su paciente de tantos años y de una familia que le ha generado
tantos miles de pesos está sano o enfermo, vivo o muerto.
Lo llevamos a otro, le indicó
unas imágenes, y cuando mi hija volvió con el gato y las imágenes, le dijeron
que el doctor se había ido a operar a otro centro, que volviera al día
siguiente. ¿Por qué no lo dijo?
Bueno, el caso está bajo control,
pero muchos veterinarios están descontrolados, tan indolentes como tantos
médicos.
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