Domingo en la mañana, pensando
Marchamos de verde y apoyamos el cambio… pero nos resistimos a cambiar. Y resulta que para que todo cambie, todos debemos cambiar.
Desde la muerte de Trujillo,
nuestro sentido de las libertades traspasó por mucho la línea del libertinaje.
Hicimos del libertinaje una religión. La pérdida del miedo se expandió hasta la
pérdida del respeto, de los valores, de las más elementales normas de
convivencia, del cumplimiento a las leyes.
Lejos de haber mejorado en los
60+ años de la caída de la dictadura, la vida en nuestro país ha empeorado
drásticamente.
Las cosas, como son a lo
chiquito, son a lo grande. ¿Qué fuerza moral puede tener un ciudadano que no
eructa para transitar en vía contraria, cruzar un semáforo en rojo, o estacionarse
bloqueando parqueos privados? ¡Y se ofende hasta la malacrianza cuando se le
reclama!
¡Personas llamadas a ser ejemplos
a seguir, por cualquier nivel de trayectoria de vida pública, comportándose al
ritmo de na’ e’ na’! Y los tantos cuyas ocupaciones u oficios son gobernar,
legislar, dirigir, orientar, educar, etc., demostrando impunemente que la base
del bienestar sin esfuerzo es la corrupción.
No discuto que el mal es
universal. Sin embargo, eso no lo justifica. Solo nos dice claramente, de viva
voz, que cada uno de nosotros tiene que arreglar el pedazo que le toca, su
casa, su familia, su entorno.
En cuanto al gobierno que
elegimos y reelegimos, ¿con qué fuerza le reclamamos sobre los puntos no
cumplidos del prometido cambio si nosotros no hemos mostrado la más mínima
intención de cambiar?
No pocos esperamos y hasta
exigimos beneficios contra los cuales gastamos mucha suela en las calles. Peor
aún, lejos de recordar los compromisos, mucho menos denunciar hechos del tipo
que Hipólito llamaba “travesuras”, elevamos a la N potencia la práctica de dar
coba, de limpiar sacos, de tumbar polvo, de arrodillarnos. No tenemos componte.
El sentido de la colectividad que
recuperamos y ejercimos durante las marchas verdes se perdió en la nada, se
esfumó. Volvimos a la perniciosa costumbre de halar cada uno para su lado y, si
es necesario, poner zancadillas a los demás.
Es demasiado desalentador lo que
estamos viviendo, principalmente para los de mi generación. Ya no tenemos los
mismos bríos para recomenzar. Y, francamente, tampoco tenemos ganas. La vida
entera nadando para morir en la orilla.
¿Qué quien se cansa pierde? ¡Perdimos!
Sí, nos cansamos. Agravado porque no vemos a los que vienen atrás con
intenciones de nada.
Muchos de la generación que nos
sigue viven agobiados por la lucha, no solamente de proporcionar una vida más o
menos digna a sus hijos, sino por la competencia en la que cayeron, que los ha
endeudado pagando apartamentos, vehículos, colegios, viajes, celulares y demás.
Los de la ciudad que encontraron
su camino como intermediarios arruinaron la vida en el campo, generando un éxodo
que complica mucho la vida urbana, no hablemos del alucinante encarecimiento de
los productos básicos.
Demasiados jóvenes de ahora, a
dos generaciones de la nuestra, carecen de fundamento, de ideales, de
horizonte, de plan de vida. Encima, preñando y pariendo a dos manos sin la
menor capacidad de mantener ni educar a sus hijos.
La seguridad de que no estaré
para ver lo que viene no me da paz, sino mucho miedo.
Empecé a escribir esto por el
boche que me dio el visitante de un vecino cuando le pedí que quitara su
vehículo, que estaba bloqueando mi salida. Olímpicamente, me respondió que iba
a estar en tal apartamento, que le avisara. Se sintió insultado cuando le dije
que no. A su mejor entender, eso no es nada.
Pero tampoco hago nada con
reclamarle a su anfitrión. Vivimos en una calle de una vía y, como tantos otros
de este edificio y del resto de la cuadra, no solo maneja en vía contraria,
sino que se pone bien bravo cuando se le recuerda la infracción. Doy fe (tengo fe
pública, soy intérprete judicial juramentada) de que ese vecino marchó verde, dio
la cara por el cambio. Evidentemente, nunca tuvo intención de cambiar.
¿Puede indicarme alguien dónde se
apaga el botón de los pensamientos? No puedo más con esta impotencia, con esta
frustración.
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