Gracias, María


Crecí a dos cuadras de Bellas Artes, de manera que cuando María nació, yo había visto muchas obras. También vi mucho teatro en Francia. Cuando regresé, encontré el Teatro Nacional, abrieron Casa de Teatro, luego Nuevo Teatro, en fin, que cada vez voy menos, pero siempre me ha gustado mucho. Algunas obras las he visto todas las veces que las han presentado, principalmente en Casa de Teatro y Nuevo Teatro, y miren que algunas duraron muchas noches en escena.

Me gusta todo en el teatro. Tiene una magia que, magia al fin, nunca he logrado descifrar, pero me seduce.

Entonces, justo al final de la filmación de una película en la que tuve un papel pequeño y una experiencia grande, me inscribí en el Taller de Teatro de María Castillo, cuya carrera he seguido desde sus inicios, con la intención de escaparme un poco de este venenoso proceso electoral, a modo de terapia de grupo y prevención del Alzheimer.

El primer día, casi me arrepiento, cuando vi toda esa gente joven, tantos de ellos con experiencia en cine, televisión y teatro. Pero terminé quedándome, absolutamente embelesada por el desempeño de María como maestra. (Creo que ella debe haber quedado bien frustrada conmigo como alumna, pero tuvo tanta gratificación con otros que talvez ni se dio cuenta de mi absoluta incapacidad).

Descubrí, o mejor dicho, ratifiqué, que mi lugar en el teatro fue, es y siempre será la platea. No tengo madera de actriz. El pequeño papel que tuve en la pelicula fue de maestra, lo que fui durante casi toda mi vida productiva, no era ningún problema. Pero no logro seguir instrucciones. No consigo ser creíble, no con ideas, historias ni mensajes ajenos. Se me escapan los detalles. Los ojos expectantes, encima de mí, me dan terror. No me molesta la crítica, pero los aplausos no me saben a nada.

O sea, del mismo modo que no doy para política, que me gusta tanto, tampoco doy para actriz, aunque me encanta el teatro. Es que las dos actividades se basan en mentiras creíbles. Y mis mentiras, mis muchas mentiras, son increíbles.

Sin embargo, fue mucho lo que aprendí, lo que recordé de mis años de estudios de letras. ¡Hasta me puse a leer! Ese curso resultó infinitamente saludable, enriquecedor. Ha sido una experiencia inolvidable, muy útil para lo que me pueda quedar de vida.

Sí, aprender las bases de los diferentes métodos de actuación enseñados magistralmente por María me puso frente a un espejo, me enfrentó conmigo misma y me recordó no tan amablemente quién y cómo soy. Sin que el resultado, el mío, haya sido prometedor, ni me haya llevado a quererme más a mí misma, me puso a aceptarme a pesar de los descubrimientos. Eso no tiene precio. Gracias, María.










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