Un día agradable. Lo necesitaba.

 Hoy, exactamente a un año de haber recibido mi pasaporte ordinario renovado, acudí a mi cita en el consulado de los Estados Unidos. Llegué, me desmonté del carro, entré, me preguntaron mi edad, y todo fue “pase, pase, pase”, tan rápidamente que, cuando vine a darme cuenta, ya estaba fuera del edificio con “el papelito” de la visa aprobada. ¡Y todavía no era la hora fijada para la cita!

Mi hija me dijo que, cuando saliera, me abordarían unos hombres con celulares que, por cien pesos, permiten hacer una llamada de un minuto para fines de transporte. Ella estaría en Pricesmart esperando mi llamada.

Cuando salí, no vi a nadie en esa actitud, pero sí vi a un taxista estacionado y mirando hacia adentro. Le pregunté si estaba esperando a alguien y me respondió: “Venga, doña”. Le dije que tenía doscientos pesos, que si podía llevarme a Pricesmart, cerquita de la embajada. Aceptó. Le pregunté si podía sentarme en el asiento delantero, que me cuesta mucho salir del asiento trasero. Me dijo: “Donde usted quiera”.

Al sentarme a su lado, alcanzó a ver “el papelito”. Si él acostumbra a dar servicios por ahí, debe conocer ese papelito muy bien, a leguas. Y no perdió tiempo. Eso fue a nivel de: “Mami, ya tú tienes tu negro”; “así es que me gustan, rubias”. Le dije que yo no era rubia, que mis cabellos eran canas amarillentas. “Sí, sí, así mismo es que me gustan.”

Le dije que yo era esposa de un militar, me respondió que le habría gustado casarse conmigo, pero que no habría problema, que no era celoso, que no tenía inconveniente en turnarse con mi (supuesto) marido, y me preguntó si yo no había oído una canción que dice “un día tú, un día yo”.

Por suerte, el recorrido era corto y el tránsito en esa dirección estaba despejado, porque ya me estaba poniendo nerviosa.

Ahí no terminan las sorpresas de esta mañana. En Pricesmart, dije en la puerta que no portaba mi carné, me dejaron entrar, y llamaron a mi hija desde un celular para que supiera que yo estaba ahí. Luego de un amabilísimo “siéntese ahí, doña”, me preguntaron si quería beber agua, ¡y me regalaron una botellita! Por primera vez, en más de 20 años de membresía, recibo esas atenciones.

Con todo esto disipé un poco los disgustos que nos causó ayer el incalificable diputado, la angustia por el alarmante número de personas desaparecidas, de todas las edades, y todo lo demás que nos agobia.

Solo espero que toda la alegría expresada cuando les informé lo de la visa a mis relacionados en diferentes ciudades de los Estados Unidos sea igual cuando yo empiece a anunciarles visitas. No temáis. Tranquilos. No podrá ser en lo inmediato, ni a todos.

Mientras llega el día en que pueda hacer el soñado viajecito, disfrutaré mucho recordando este día, escuchando y bailando este simpático merengue, muy de moda cuando era una niña: Joseito Mateo - Dame la Visa (youtube.com)




 

 

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