Indignación

La indignación es el sentimiento, la sensación provocada por el atentado a la dignidad. Por lo tanto, para indignarse es indispensable tener dignidad, siquiera un poco. En algunos países del mundo civilizado, específicamente en Europa y muy particularmente en España y Francia, se están dando pasos firmes para inocular en las personas, cual vacuna, la indignación.

Están haciendo ingentes esfuerzos para generalizar, cual “peace and love” en otros tiempos de otras guerras, la indignación por la forma en que la crisis económica y financiera global, sus causas y efectos, han empobrecido más a los pobres y enriquecido más a los ricos.

Nosotros, en franca vía hacia el subdesarrollo, también tenemos que indignarnos. Sólo que nuestra indignación debe ser mucho mayor. Claro que deberíamos estar indignados por la cada día más ancha grieta entre ricos y pobres, más los empobrecidos, pero es que lo de nosotros no se trata simplemente de la crisis económica y financiera global.

También tenemos una insoportable crisis social y política, así como un atentado mucho mayor a nuestra dignidad: la esquizofrenia de un par de ciudadanos. Entonces, vamos a ubicar, en primer lugar, nuestra dignidad. Una vez detectemos que sí la tenemos, la midamos para conocer su dimensión, y la evaluemos para saber hasta dónde está siendo afectada, con lo que conoceremos nuestro nivel de indignación, pasemos a reconocer la esquizofrenia de ese par de ciudadanos.

Ahora, recordemos que, a grandes rasgos, la esquizofrenia es un conjunto de enfermedades mentales que se caracteriza por la disociación de las funciones síquicas, por el desdoblamiento de la personalidad y por las alucinaciones. Sin querer decir que todos los esquizofrénicos sean delincuentes, muchos delincuentes son esquizofrénicos. Es decir, no todos los esquizofrénicos son peligrosos, pero los que son peligrosos, son muy peligrosos.

Y, como en este país todo llega junto, el par de esquizofrénicos – de los peligrosos - se ha disparado al mismo tiempo, los dos han atentado contra nuestra dignidad en el mismo momento, por lo que, a estas alturas, se esperaba que nuestra indignación, que debería ser grande, profunda e indiscutible, ya se hubiera manifestado.

Pero, no. Debido a nuestra inexplicable e imperdonable falta de muestras de indignación, estamos convenciendo a ese par de esquizofrénicos, a nuestros conciudadanos afectados por el mismo mal y al resto del mundo que no entiende lo que ocurre aquí, de que no tenemos ni un ápice de dignidad.

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