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Mostrando entradas de enero, 2016

Socialmente invisibles

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La invisibilidad social es una forma brutal de la ya de por sí brutal violencia. Nos hace vulnerables, dependientes, inferiores, marginalizados, casi dejamos de pertenecer al género humano. Si sólo se tratara de que decidimos recogernos, por ejemplo, en razón de la edad, hasta podría considerarse una ventaja: podríamos ir al mercado en piyama, no volver a peinarnos nunca más, en fin, disfrutar de la paz que proporciona no ser reconocido, no correr el riesgo de ser abordado, ni siquiera saludado en ninguna parte. El problema es que se trata de la peor exclusión en la que se pueda vivir. Nos convierten en nadie, en nada, no solamente por nuestra edad, o por nuestro estilo de vida, sino también - y principalmente - por no comulgar y en algún momento habernos atrevido a enfrentar el sistema que pretende dirigir nuestras vidas. Somos ese estorbo que hay que quitar del medio para que aquellos a quienes hemos permitido o no hemos logrado impedir que nos arrebaten todo no tengan n

Una pizca de cordura

Nunca fui lo que se dice amiga muy cercana de Hamlet. Sin embargo, fue mucho lo que coincidimos en la vida y siempre nos tratamos con gran cordialidad y simpatía, incluso cuando tratábamos temas en los que, ni en sueños, nos podríamos de acuerdo. No tengo que decirles lo mal que pienso de Danilo, ni de Juancito Sport, ¿verdad? Ahora, pongámonos cuerdos por un instante en la vida. El delincuentazo de Juancito era un alcalde. A pesar de las escandalosas y escabrosas circunstancias de su muerte, le tocaba el duelo, cuando menos municipal. Los motivos por los que lo honraron con duelo nacional son otros, propios del sistema podrido que nos rige, las formas de amortizar deudas de gratitud y complicidad, etc. Y por ese mismo sistema, reconocer heroísmo a quien vino en una invasión con el propósito de derrocar un gobierno constitucional, aunque debería llevar comillas, pero resultado, amañado o no, de unas elecciones, sería validar este tipo de acción, incluso estimularla. Cl

¡Qué alegría y qué pena!

Probablemente ya ustedes ni lo recuerdan, pero estuve colocando en las redes unos mensajitos motivando a diferentes sectores excluidos y discriminados a confiar en el candidato de la oposición asegurando que él estaba con ellos, que los apoyaría, que les garantizaba inclusión social. No iba a contar esto, pero tampoco voy a esperar a reventar como una vejiga. En el momento en que dediqué mi tiempo a esa tarea que me pareció tan sencilla, digerible y fácil de sustentar, sobre todo para quien está haciendo campaña a mano pelá, soporté con estoicismo la indiferencia, incluso la actitud de piadoso menosprecio de algunos integrantes del comando de campaña. Por Twitter, ni siquiera una asesora, sino una seguidora cualquiera de una veterana política, candidata presidencial de país desarrollado, me preguntó si había entendido bien, que si ahí decía (lo que decía, pero en su idioma). Le respondí que sí. Me preguntó entonces que si podía usarlo a favor de su candidata, en su país, por supues

En los altares

Por mis doce úlceras sangrantes todavía en tratamiento, he estado haciendo esfuerzos para no dejarme alterar por nada de lo que pasa, pero, coñazo, ¿a partir de qué criterio se atreve un pastor evangélico a elaborar listas ¡y leerlas desde los altares! con nombres de quienes ejercen su derecho a ser elegidos por votos y, además, ejercen (o no) su derecho a ser pro-haitianos, pro-aborto y pro-gay. Aparte de que no están respetando su propia prédica sobre el libre albedrío (qu e justifica el pecado y no pocas atrocidades), están violando una o más leyes de las que rigen el país donde viven (y viven bien), empezando por el derecho al buen nombre de cada ciudadano/a. En su propio lenguaje, están haciendo lo mismo que otros hicieron a su Señor Jesucristo, que fue crucificado y etiquetado como rey de los judíos, lo que en la época era una ignominia. No denuncian a los corruptos, no denuncian ladrones ni asesinos, no denuncian violentos domésticos, abusadores y violadores,