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Mostrando entradas de diciembre, 2006

Mujeres pecadoras, hombres misericordiosos, menores ¿?

Ahí empezó todo: cuando Jesucristo mostró su misericordia y su perdón, usando a María Magdalena, una prostituta cara, a juzgar por el precio de sus perfumes. Desde entonces y a través de los siglos, el disfrute de los placeres de la carne convierte a las mujeres en pecadoras y a los hombres en misericordiosos. ¿No me creen? ¡Ah! Ustedes no leyeron el artículo medieval, ni siquiera renacentista, del jesuita Laútico García en El Nacional, el domingo 29 de octubre pasado que, entre otras, me recordó a la prostituta de San Cristóbal que acusó a un chino por la entonces Ley 2402 y el juez lo descargó cuando éste aseguró haber pagado a la mujer por sus servicios. Como los chinos, en general, no son cristianos, en este caso sólo hubo pago, sin misericordia ni perdón, mucho menos responsabilidad. Pero, hablemos del disfrute, que terminará justificando, y muchas veces dejando corto, el pago, por elevado que sea. Tiene que ser muy difícil acostarse con hombres desconocidos, para comer y dar de

Sabor de engaño

Nos tienen hartos. Perdí la cuenta del número de llamadas que recibimos diariamente de los bancos o sus agentes externos diciendo que tenemos una tarjeta de crédito pre-aprobada, u obsequiada por algún supermercado donde compramos, que sólo le faltan algunos de nuestros datos personales y que en cuestión de seis a ocho días nos la mandarán vía mensajero. Bancos con los que ya hemos tenido tarjeta y la hemos cancelado. Bancos a los que hemos solicitado tarjeta y nos la han negado. Bancos que ni sabíamos existían, ni dónde quedan, ni nada. Y nuestra información personal por ahí, de boca en boca, de mano en mano, de pantalla en pantalla. La única vez que me llegó la prometida tarjeta “gold”, tenía un límite de cinco mil pesos. La devolví. Es una falta de respeto, máxime cuando tampoco pagan las comisiones prometidas a quienes venden las tarjetas por teléfono, sino que los cancelan tan pronto obtienen sus listas de conocidos. A mí no me llamen más. El telemercadeo es una invasión, al igu

Daños y perjuicios

Perjudicar es un delito. Parece que no hay un solo juez que sepa esto en todo el territorio nacional. Es más, abundan jueces que perjudican, que dañan irreversiblemente, con embustes propios o prestados. Médicos que causan lesiones sin remedio, o precipitan la muerte, sólo por no decir la verdad. Sus profesionales más afines, los mecánicos, arriesgan nuestra vida sin remordimientos cuando salen de nosotros – no de nuestro dinero – a base de un embuste. Ingenieros, albañiles, plomeros y electricistas destruyen nuestras casas y enseres mientras nos duermen con cuentos de camino para que nos convenzamos de cualquier cosa, menos de su impericia, por demás tan cara. Maestros y directores convencen a los padres de que sus hijos son eminentes y les gradúan analfabetos funcionales; sicólogos juran que ciertas conductas de los menores se deben a una inadaptación propia de los más inteligentes, entonces, no hay que inculcarles buenas maneras ni principios, ni respeto por los demás, ni nada. Poli