Pornografía



De manera no totalmente accidental, caí en una página (y de ahí pasé a otras) que ofrece una enorme variedad de videos pornográficos. No teniendo nada mucho mejor que hacer, empleé mi tiempo en mirar varios, algunos verdaderas joyas, otros absolutamente didácticos, no pocos quitándonos por completo la fuerza de alardear de glorias pasadas - incluso hubo momentos en que me sentí casi una monja, como uno siempre ha creído que son, a pesar de saber que no son. Por supuesto, muchísimos tollos, carentes de imaginación, de estética, de todo.

Entre los videos que vi, abundaban los de relaciones homosexuales masculinas y femeninas, entre mayores y jóvenes, relaciones de carácter incestuoso aunque no lo fueran (eso que llaman baby adult, varón o hembra, que se excita haciéndose amamantar y luego avanza en la relación de formas insospechadas, al menos para mí, como el caso de esposas que, luego de amamantar a sus maridos, algunas en plena producción de leche materna, deben masturbarlos o practicarles sexo anal con penes artificiales, y ahí quedan, con el hombre listo y servido, y ellas a medio talle; esos baby adults hasta usan pañales desechables, bobos y demás pendejadas).

El caso es que el negocio de la pornografía se parece mucho al de la política. Los productores, cuando quieren sacar lo mejor de cada actor y, especialmente, de cada actriz, los declara estrella porno. Al mismo tiempo, es lamentable el trato que dan a esos y esas infelices que, por mucho que puedan disfrutar de las acciones, lo hacen a cambio de un menudo que no tiene nada que ver con los millones que genera la industria.

Estoy muy lejos de ser una persona puritana, mojigata. No son las imágenes las que me alteran. Por el contrario, muchas me gustaron, de hecho, entendí por qué la pornografía genera adicción. Lo que me ha producido indignación es la forma despectiva en que quienes se lucran de ese trabajo se refieren a los participantes, a las partes de sus cuerpos, a las actividades que han de ocurrir, no solamente en la publicidad, sino en los títulos, en los vínculos de la red. Pero además, los productores dejan sentir su presencia en los escenarios, se dirigen a los actores y las actrices, y a ratos les piden que los miren.

Es insultante, como si la pornografía no vendiera si no tuviera esas gruesas capas de barniz de vulgaridad, peor, de pecado, de hacer sentir sucias a las personas, del mismo modo en que el ejercicio político actual no tendría sentido sin saberse corruptos.

En conclusión, que no entiendo cómo ni por qué nos hemos acostumbrado a tanta inmoralidad en nuestra vida política, social y económica, y no hemos llegado al feliz punto de ver el ejercicio de la sexualidad como parte integral, sana, liberadora, generadora de tantas gratificaciones que necesitamos y merecemos.

Ver a esas pretendidas estrellas porno teniendo sexo con extraños (que, en un momento dado, puede tener su encanto, pero a cambio de unos pesitos para comer, está fuerte), me recuerda demasiado a la multitud de pendejos que, a cambio de menos que migajas, aplauden y defienden a quienes los mantienen sumidos en la miseria para costear sus opulentas vidas. Y es esa pornografía, la politiquera, tan denigrante, la que no debe, bajo ninguna circunstancia crearnos adicción, mucho menos librarnos de culpa por el simple hecho de no ser parte activa de ella. Quedamos como cómplices pasivos, sí.

Noten lo explícita que he sido y no he escrito ni media mala palabra. También debemos y podemos ocuparnos de nuestra vida política sin ensuciar nuestras mentes.

Comentarios

Luz del Alba ha dicho que…
Muy buen artículo amiga; la pornografía y la política tienen muchos puntos en común. Hace unos días viendo el canal 250 del cable- donde siempre dan programas de concursos de cocina con chefs profesionales, y otros muy variados e interesantes-- empezó uno que se pintaba como de orientación sexual para adolescentes de Inglaterra. Debajo de la supuesta orientación estaba la pornografía. Te confieso que nunca había visto a dos hombres teniendo sexo y de tantas maneras; tampoco sabía que la juventud inglesa es tan abierta con sus padres tratando estos asuntos, lo cual es bueno, ni tan promiscua desde tan temprana edad; más que los jóvenes norteamericanos.

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