Experiencia verde

Para muchos, la experiencia del domingo pasado fue religiosa, mística. Para otros, fue orgásmica. Y así sucesivamente. En todos los casos, fue maravilloso, placentero, satisfactorio, indescriptible, ser parte de aquella interminable masa en movimiento que recorrió tres avenidas y cruzó varias calles, primero bajo un sol abrasador, luego bajo un tremendo aguacero, otra vez el sol, otra vez la lluvia, al final de nuevo el sol inclemente del mediodía.

Tantos dominicanos y tantas dominicanas desprendiéndose de sus pesitos y dolaritos para cooperar, disponiendo de su escaso tiempo para ayudar durante los aprestos, gente de todas edades, de todas las distancias de la capital de la república, de todos los niveles de educación, de todas las creencias, de todas las condiciones sociales, económicas, físicas, mentales... Impresionante.

Los disidentes reintegrados, detractores arrepentidos. ¡Qué alegría! Es más, hasta los aprovechados, principalmente aspirantes a candidaturas, porque ya saben que sin Marcha Verde no van a ningún lado.

Tantos otros que, imposibilitados de cooperar, ayudar o participar, se mantuvieron pendientes, pidiendo constantemente noticias sobre el curso, primero de la organización y luego de la marcha misma... Alentador.

Sabernos respaldados y acompañados a distancia por nuestros compatriotas en el exterior, en tantas ciudades del mundo, principalmente de Estados Unidos y Europa, nos dio una fuerza adicional invaluable. ¡Qué sentido de compromiso! ¡Qué ejemplo!

Y los que, aun siendo tan víctimas de la situación como el resto, sencillamente se negaron a ser parte de ese hito de la historia, ¡gracias! Nos demostraron y les demostramos que, aun sin ellos, podemos.

No hay palabras para agradecer a los equipos de coordinación, ni para describir la labor titánica que, a mano pelá, realizaron para que la Marcha de Un Millón por el fin de la corrupción y la impunidad fuera el éxito que fue. Un jonrón por los 411 con las bases llenas, indiscutible.

Por muy tercos, brutos y sinvergüenzas que sean los usurpadores de los puestos en los poderes del Estado, iglesia y prensa incluidas, no puede quedarles la menor duda del absoluto repudio del que son objeto de parte del pueblo dominicano. Es que se pasaron. O, como se dice, su ambición rompió el saco.

Los administradores de nuestro Estado son una vergüenza nacional e internacional. Son un baldón, una ignominia, una deshonra, una afrenta. Y no los queremos más. De hecho, nunca los quisimos. Se alzaron con una parte importante del poder y el resto lo compraron, carísimo, ¡con nuestro dinero!

Así, nos hundieron en el fondo de un abismo del que pensaron que jamás saldríamos, pero salimos, y nos lanzamos a las calles a vocearles lo que pensamos de ellos, lo que sentimos por ellos, a lo que estamos dispuestos para salir de ellos, para colocarlos en el lugar que merecen, y recuperar todo lo que nos han robado. Tienen que pagar las consecuencias de sus actos, resarcirnos de todo lo que nos han privado.

A pesar de que nunca hemos tenido lo que se dice un buen gobierno, a pesar de que el ejercicio de la corrupción impune no es nuevo y de que nos hemos pasado de tolerantes todas las veces, los gobiernos morados han batido récords mundiales e históricos. Han enloquecido de manera tal, que juran que resuelven su problema imponiendo un régimen de (más) fuerza. Batearon de foul.

Últimamente, todo les sale mal, y les saldrá peor. Solo faltaba que la población decidiera dejar de lado sus disparidades de criterio y se uniera en sus afinidades, que centrara su energía en el problema que nos afecta a todos por igual, la corrupción impune, y fijara la atención en el objetivo común, arrancar de cuajo la raíz de ese problema.

No hay que tenerles el menor ápice de misericordia. Han sido capaces de lanzarnos sin piedad a una vida llena de carencias y de peligros, de negarnos fríamente todo lo que nos corresponde, de ignorarnos a no ser para explotarnos, de dejarnos morir, todo en aras de su dolce vita. Han puesto 10 millones de personas a su servicio, en calidad de esclavos, como si fueran señores feudales.

Si de casualidad alguna vez leyeron algo de historia, se les olvidó. Borraron ese archivo de sus mentes para que no los estorbara. No ha habido un solo régimen, una sola tiranía, por férrea que fuera, que no haya caído. No serán ellos los primeros en salir ilesos de su propia aberración. 

¿Paramos? ¡Nooooo! ¿Seguimos? ¡Síiiiii! 

Nosotros, hasta la victoria. Ellos, hasta La Victoria.




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