Como los pajaritos

Recientemente, compartí mis impresiones sobre un santuario de aves en Barbuda, la isla hermana de Antigua; la asombrosa organización y el modo de vida de esos pájaros, completamente independientes de cualquier intervención humana.

Si eso provocó mi envidia, más la provocan las diferentes aves, mucho más pequeñas, que viven en mi patio. Hay palomas, otros negros que parecen cuervos pequeños y que aquí llaman totí; petirrojos y colibríes.

Los colibríes con flores tienen. Pero los demás tienen que buscársela. Y encontraron en mi casa con la comida de dos perros que yo tenía, que murieron.

Era muy entretenido el espectáculo de todos esos pajaritos posados en la baranda de la galería y en las ramas de árboles cercanos, esperando impacientes que los perros terminaran de comer y que dejaran algo para ellos.

Cuando llegaba el esperado momento, se iban acercando por tamaño, de mayor a menor, a hacerse de las bolitas que resultaban muy grandes y duras para sus piquitos.

Cada día me maravilla más observar a esas diminutas criaturas agarrar una bolita con el pico, mojarla en el plato del agua para ablandarla y reducirla, comer y buscar más para sus pichones en los nidos que fabricaron en los arbustos de la verja viva de la casa.

También es increíble cómo llaman a los demás cuando encuentran comida. Pero la parte más divertida del show es cuando se bañan en el plato del agua de los perros.

Bueno, los perros murieron y sigo poniéndoles la comida y el agua religiosamente.

Quiero que sepan que, si por algún motivo me retraso en ese “room service”, se meten en mi cocina y picotean los plátanos maduros, los guineos, los aguacates y cualquier otra cosa que sus piquitos puedan perforar.

Si cierro la puerta de la cocina, dan la vuelta y entran por la puerta de la galería. Y viceversa. O sea, ya es un hecho que mi casa, de cualquier forma, es su fuente de alimentación.

Sigo dándoles comida de perros, porque me queda bastante almacenada, pero, además, probé a darles alpiste y arroz crudo, y no se lo comen. Sólo espero que no me den un susto y un día de éstos, en vez de cantar, ladren (aunque si lo pienso bien, será muy conveniente, ya que, desde que murieron los perros, se mudaron a mi patio las guineas del vecino y un gato grandísimo que además de la comida, está loco por comerse un pajarito).

Ya ven. A esos pajaritos nadie les ha enseñado nada. No tienen el don de la palabra, ni tienen conciencia, y miren qué ejemplo de convivencia, de solidaridad, de ejercicio de derechos fundamentales para sobrevivir: alimentación, vivienda, seguridad…

Siendo estos dos rasgos los que nos distinguen de las demás especies, la palabra y la conciencia, me pregunto si no será ése el problema de nosotros, los llamados humanos.

¿Serán precisamente esos dones los que, lejos de hacernos superiores, nos llevan a destruirlo todo, incluso a nosotros mismos y a nuestros semejantes? ¿Será que, precisamente esos dones, nos llevan a la situación cada vez más desastrosa y menos esperanzadora en que vivimos? Me refiero al mundo entero en todos los tiempos.

No me queda más que recordar aquella canción que dice: “yo quisiera ser civilizado como los animales”. Y reduzco la palabra “animales” a “pajaritos”.

Fotos: Un petirrojo esperando en la meseta a que yo salga de la cocina. En la otra, miren cómo dejó ese plátano maduro en segundos.





Cuando lo vi en el fregadero, pensé que me había confundido con Blancanieves y venía a hacer los oficios mientras yo descansaba,


Comentarios

Danilda ha dicho que…
Holaaaa.....me encantó. Se parece a mi diario vivir con los pericos de El Embajador que alimento por más de 40 años. Amiga,disfruto tu Blog

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