Daños y perjuicios

Perjudicar es un delito. Parece que no hay un solo juez que sepa esto en todo el territorio nacional. Es más, abundan jueces que perjudican, que dañan irreversiblemente, con embustes propios o prestados.

Médicos que causan lesiones sin remedio, o precipitan la muerte, sólo por no decir la verdad. Sus profesionales más afines, los mecánicos, arriesgan nuestra vida sin remordimientos cuando salen de nosotros – no de nuestro dinero – a base de un embuste.

Ingenieros, albañiles, plomeros y electricistas destruyen nuestras casas y enseres mientras nos duermen con cuentos de camino para que nos convenzamos de cualquier cosa, menos de su impericia, por demás tan cara.

Maestros y directores convencen a los padres de que sus hijos son eminentes y les gradúan analfabetos funcionales; sicólogos juran que ciertas conductas de los menores se deben a una inadaptación propia de los más inteligentes, entonces, no hay que inculcarles buenas maneras ni principios, ni respeto por los demás, ni nada.

Politiqueros que, mientras más nos engañan, más seguidores y defensores consiguen. Empresarios que, mientras más nos hunden, más admiración y beneficios cosechan. Comunicadores sociales idolatrados por sus perniciosas mentiras. No recuerdo otros tiempos en que las bocinas del gobierno requirieran protegerse, ¿de qué?, con nutridas escoltas.

¿En qué momento, bajo qué circunstancias, aprendimos que no valemos nada, y que quien no nos perjudica vale mucho menos, por tanto, no merece consideración ni estima?

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