Bienvenido al paraíso, señor embajador

No me malinterprete, excelencia. De ninguna manera me refiero a ese paraíso sexual cuya promoción atrae a tantos depravados aunque constituya un verdadero infierno para las mercancías. Tampoco me refiero a ese paraíso fiscal para tantos delincuentes que constituye un verdadero infierno para quienes no comemos si no trabajamos y pagamos más impuestos de los que deberíamos. Ni siquiera me refiero al verdadero paraíso de nuestras riquezas turísticas, mineras y demás, tan codiciadas por extranjeros como inaccesibles para nosotros, los dueños. Me refiero, señor embajador, a todo lo que aprenderá de la doble moral de los dominicanos, y lo dejo así, en masculino, por ser correcto, tanto desde el punto de vista del lenguaje como, ya lo constatará, por la incontable cantidad de hombres que aparentan una preferencia sexual pero, de preferir, realmente prefieren otra. Aunque eso lo encontrará en cualquier parte del mundo, lo de nuestro país, más que antológico, es ontológico. No se trata solamente de esos novios, maridos, concubinos o compañeros del montón, violentos con las mujeres, debido a que no acaban de reconocerse, o temen ser descubiertos, como los homosexuales que son. No. Los ve usted en las altas esferas de los poderes del Estado, sector privado incluido, vistiendo uniformes militares, sotanas, saco y corbata, auténticos símbolos, ya no del vulgar machismo, sino de la hombría, de la gallardía viril, y son pájaros, de los cuales, no pocos son abusadores, es decir, en vez de conquistar para disfrutar de los placeres del sexo en pareja – y hasta en grupo, si fuera su gusto - obligan a sus subalternos y a no pocos indefensos menores de edad a practicar sexo oral y anal. Algunos tienen otro nivel de retorcimiento que no les permite gozar sin explotar la pobreza, y boronean por eso que ahora llaman trabajo sexual. Con certeza encontrará usted quien le dé una cifra alucinante de las muertes y sus espeluznantes circunstancias que genera este innoble ejercicio, de manera que le sobrará material para el regreso a sus actividades políticas al final de su misión diplomática, en la que, más que desearle éxitos, digamos que apuesto a usted. Por favor, no se sienta rechazado por las manifestaciones de repudio a su nombramiento. Comprenda que sienten mucho miedo de ser expuestos. Sólo tiene que ver quiénes han sido los primeros en manifestarse en contra: los jerarcas de las iglesias, con una cola tan larga qué pisarles, que no hay encubrimiento ni complicidad que la oculte. Su presidente ha hecho una jugada de alta política con un mensaje muy claro. Me encantó saber que su partido tiene un departamento para este tema de la sociedad civil. Eso trato de hacer en el partido al que pertenezco: un espacio de representación de todas las causas de las mal llamadas minorías. Señor embajador, su sola presencia aumentará la estima y la honra personal y social de la numerosa comunidad GLTB dominicana, cuyos miembros seguramente sabrán traducirlas en política y económica. ¡Qué buen regalo para los festejos del orgullo gay!

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