El doñeo

A partir de cierta edad, o más bien de cierta apariencia, tanto los más jóvenes como los desconocidos y también los de menor jerarquía (coyuntural), empiezan a anteponer el título de doña y a hablarnos de usted, en señal de respeto.

Lo mismo hacen algunas personas mayores y otras de aparente igual condición, en señal de rechazo o de distancia.

A mí, básicamente, me resbala. En ninguno de mis documentos de identidad hay antes de mi nombre ni una sola palabra, un título que implique categoría alguna, sea ésta académica, social, económica, ni nada. De hecho, aunque completé mis estudios universitarios, nunca procuré el diploma, ni asistí a la graduación. Estimé que un papel no garantizaba que yo conociera o dejara de conocer lo que implicaba la profesión, que de hecho venía ejerciendo desde antes de empezar a estudiar. Y así mismo fue con mi vida amorosa. No le vi sentido a firmar un contrato para vivir un amor.

Sin embargo, tiendo, de manera obsesiva, a valorar la actitud de la gente. En ese tenor, les cuento que he dejado de visitar a cinco amigas, cuatro de ellas divorciadas, incluso una divorciada dos veces, porque he notado que sus empleadas domésticas tratan de doña, por su puesto a sus patronas, y también a todas sus amigas, parientes y relacionadas, menos a mí. En por lo menos tres de los casos, sus proles por igual. Doña para todas, menos para mí. Y nunca han pedido a mi hija que las tutee, como lo hacen sus hijos conmigo.

Lo soporté más o menos indiferente durante un buen tiempo, hasta que, ¡oh, sorpresa!, descubrí que el motivo de tal "distinción" se debe a que nunca me casé. ¡Precisamente ellas, mujeres que saben mejor que yo misma de las que me salvé! Digo, si es verdad todo lo que cuentan de sus respectivas experiencias conyugales.

Lo peor de todo es que no fue que se pusieron de acuerdo, no todas se conocen, y las que se conocen no se tratan muy de cerca. Quiere decir que estamos ante un asunto de mentalidad.

La felicidad no dura en casa del pobre. Yo estaba feliz, no porque se divorciaran, ya dije que una de ellas sigue casada, aunque tampoco en primeras nupcias y, para mi suerte, su esposo también es mi amigo, lo era desde antes.

Estaba feliz porque creí que ya había pasado el tiempo en que, como la mayoría de las mujeres casadas, excluían a las amigas solteras de los grupos. Amigas de toda la vida, con una historia sana, divertida, linda, de infancia y de juventud, reencontradas en esta etapa en que, aunque todavía estamos "vivas", esta sociedad prejuiciosa y prejuiciada nos obliga a vivir de los recuerdos. ¡Y nosotras somos, unas de las otras, parte integral, testigos de esas "memorias venerandas de otros días"! ¡Somos capítulos de nuestras respectivas historias, en algunos casos, los mejores capítulos! 

Pero ahora estoy muy triste. Sólo yo sé el esfuerzo que he hecho para mantener, siempre tambaleándome, un nivel de vida que queda muy grande a mis posibilidades reales, para que esas amigas de siempre se sientan medianamente cómodas en mi compañía. Creía que ser una chica divertida y atenta era suficiente, claro, sumándole la plataforma de los años de amistad y el esperado afecto. Sin embargo, no hay manera de que puedan ocultar por completo ese dejo de menosprecio por razones económicas, sociales y hasta políticas.

Como que no acaban de entender ni aceptar que soy una mujer feliz, sin ninguna pertenencia más allá de mis perros, mis gatos y mis matas, que ha sido precisamente por ellas (y uno que otro él) que no he dado el paso definitivo de declararme indigente y llevar una vida a tono con esa condición, que es mi realidad.

Ya me cansé. No es que sus trabajadoras y sus proles me traten de usted y me llamen doña. Es el motivo por el cual las cosas son así. No se limitan a pensar que no lo merezco por no haberme casado, sino que ni sus proles ni sus empleadas pueden adivinarlo si no me conocían, de modo que no es alocado pensar que así han sido instruidos. 

Desde mi punto de vista, no vale la pena el esfuerzo de mantener esas relaciones. Me divorcio de esos matrimonios sin partición de bienes. Duele, pero pasará.





Comentarios

cibercosette ha dicho que…
Me escriben por email: "Muy bueno! Pero no es que las amigas den instrucciones al servicio. Ellas oyen a sus patronas hablando y criticándola. Además, esas mujeres del servicio son un verdadero radar para captar los conflictos de clase, y las luchas de poder entre la gente. Nunca se pierden."
cibercosette ha dicho que…
hace unos años, llegué al entierro de una de mis tías, ya cuando todo estaba a punto de terminar. un entierro de primera. fui estrictamente a dar el pésame a mi tío y compadre, entonces vivo, y a mi otra tía, todavía viva. a las primas, hijas de la difunta, ni las miré.

luego supe que se había armado un chisme de todo el tamaño porque la trabajadora de la mayor de esas primas dijo delante de todas, ya en la casa, que "la vieja esa que llegó de última como una loca" (o sea, yo), había dicho con gran desprecio algo así como que "tanto lujo y tan pocas lágrimas", cosa, no solamente que no dije, sino que ni siquiera pensé.

cuando me lo contaron, no di explicaciones. me limité a responder: eso indica claramente que en esa casa me murmuran y no de cualquier manera. ¿qué trabajadora se atreve a decir algo así, sin estar segura de que dará gusto a su empleadora y sus acompañantes, y sin el menor riesgo de perder el trabajo?
cibercosette ha dicho que…
y me escribe la misma amiga: "Lo que dices del doñeo es mucha verdad y es una de las formas que toma la opresión de la mujer… por parte de las mismas mujeres (que lástima!). El canibalismo femenino es implacable en ciertos círculos, sobre todo en los llamados círculos “altos”. A mí me ha pasado lo mismo con el servicio de ciertas amigas por eso te comprendo tan bien. Nuestro país es muy clasista, sumamente. Y todo el que no se ajusta al “establishment” paga un precio."

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