Fábrica de monstruos

Ahora resulta que las mujeres hemos parido y criado unos hombres tales que quedamos convertidas en fábricas de monstruos. De verdad, no entiendo. Me coge vueltas el cerebro cada vez que me entero de esas cada vez más frecuentes conductas extremas de los hombres que, por mucho menos que un disparate, matan a una mujer, después de haberla maltratado durante un tiempo que, por corto que sea, es larguísimo.

Yo quisiera que alguien me explicara, de manera clara, qué es lo que lleva a un hombre a conquistar, a seducir, a enamorar a una mujer; a preñarla una y otra vez, bueno y todo lo que conlleva una vida de pareja, para que la relación termine en abuso, violencia, muerte trágica.

No me gustaría caer en la simpleza de que "las mujeres somos buenas y los hombres son malos", pero hace rato que dejaron de ser casos aislados las muertes de mujeres a manos de quienes deberían ser considerados sus compañeros de vida.

Eso, sin contar comportamientos ¿menores? como la irresponsabilidad, la vida desordenada que altera la dinámica familiar, el abuso a los hijos propios y ajenos que, en principio, también lastima a la madre, y demás historias que no es necesario narrar porque las conocemos bien.

A pesar de que existen leyes e instituciones de protección a la mujer, la violencia de género cuenta con la complicidad abierta de las autoridades. En demasiadas ocasiones, la noticia del feminicidio incluye el dato de que la occisa había puesto querellas en la fiscalia y no le habían hecho caso.

Por el hecho de que el poder institucional está prácticamente secuestrado por los hombres, lo que forma parte del abuso, también componen ellos la mayoría de los corruptos. ¡Y no se sabe de ninguna mujer que haya botado a un hombre por eso! Por el contrario, la corrupción ha dado origen al surgimiento de otra categoría de mujeres de cuyo calificativo me abstendré de expresar, pero que, en general, cuentan con el apoyo y hasta el estímulo de sus madres.

Definitivamente, esto no resiste análisis. Lejos de toda teoría, tenemos que buscar, de urgencia, la forma de darles un buen susto para que nos respeten, incluso que nos cojan miedo. No se puede vivir con tanta vulnerabilidad. Ejercer la sexualidad y el amor no puede costar la vida, mucho menos después de un tiempo aguantando desconsideraciones, descrédito, y todo lo que se les ocurre en vano intento de ocultar sus deficiencias en todos los órdenes, entre las que sobresalen la homosexualidad de armario, la impotencia sexual, y otras enfermedades y perversiones.

No hay forma de que se sientan machos si no te pintan una barriga, si no te son infieles, si no te insultan delante de los demás, si no practican algún tipo de violencia, principalmente la económica y la emocional. ¡Cuánta pequeñez!

Creo que tienden a disminuirnos porque, en su fuero interno, saben que no merecen nada de nosotras. En vez de esforzarse por subir la puntuación, les sale más fácil y cómodo pisotearnos, atropellarnos y hasta matarnos.

Díganme si vamos a esperar a que la desgracia acabe con todas nosotras para empezar a resolver este gravísimo problema. Ser mujer debe dejar de ser un peligro ¡ya! Lo primero que tenemos que hacer es dejar de estar acabándonos, desacreditándonos, asqueroseándonos, agrediéndonos unas a otras por la más ridícula rivalidad. Por el contrario, nos urge hacernos solidarias. Y ponernos de acuerdo sobre la educación que damos a nuestros hijos y nietos. 

Si seguimos haciéndonos de la vista gorda, no quedará viva ni una sola de nosotras. El problema es nuestro. ¡Resolvámoslo!


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