De la generación de los 70

Esta es una propuesta formal a todos los que nos hicimos adultos en los años 70. Se me ocurre que debemos contar a los más jóvenes nuestras historias personales, no de las diversiones ni de la vida amorosa, que no les debemos esas cuentas, sino de nuestras experiencias, así fueran como espectadores, de la vida política de entonces.

En mi caso y el de algunas amigas y algunos amigos, se trató de un salto mortal de "los mejores colegios católicos" a la UASD; de pasarnos los días entre congéneres (sí, porque esos colegios no eran mixtos) de más o menos la misma condición socio-económica a un centro de altos estudios lleno de contemporáneos de todos los estratos, principalmente de clase media-media y clase media-baja, de todos los pueblos y campos, haciendo carrera universitaria contra viento y marea, luchando al mismo tiempo contra un gobierno uasd-fóbico y una policía salvaje.

Cuando nos referimos a la UASD del medio millón, no es de medio millón de estudiantes que estamos hablando. Se trata de una universidad que estaba pasando por un proceso de reforma y que reclamaba la asignación presupuestaria de medio millón de pesos mensuales para cubrir sus gastos.  

Ahí coincidimos con muchos de los más altos dirigentes del PLD y mucho más altos funcionarios de todos los poderes del Estado, unos profesores, otros empleados y la mayoría estudiantes, con lo que quiero dejar establecido que nos conocemos todos "de long time".

La UASD se consideraba un antro de comunistas. La realidad es que había de todo, no un poco, sino mucho, incluyendo grupos disfrazados de corrientes de izquierda al servicio de la policía sanguinaria. 

Los de mi edad estarán de acuerdo en que eso es un ingrediente determinante en la indignación que sentimos. A no pocos les recogimos hambre y vergüenza, escondimos en nuestras casas a uno que otro, y no solamente en los años de estudios, sino bastante después. Y lo hicimos con gusto, claro, a la medida de nuestras posibilidades, que cada vez eran menos porque, cuando vinimos a darnos cuenta, ya nos estaban robando nuestros espacios en la sociedad. Efectivamente, nos arrinconaron. Los dejamos arrinconarnos, por estar de solidarios y desinteresados, y porque compramos la culpa que nos vendieron porque disfrutamos de todo lo que ellos carecieron.

Moriré sin saber qué fue lo que aprendieron en los nunca bien ponderados círculos de estudios y en otros entrenamientos que recibieron en diferentes países. A pesar de mis años de peledeísta, nunca me organicé, así que no pasé por esa incalificable escuela.

Es mucho lo que ha llovido desde entonces, ya no somos solamente adultos, sino viejos. Esta bien puede ser nuestra última oportunidad. Merecemos morir con la sensación del deber cumplido. Pero tengo que decir que, si me resulta extraño estar en pie de lucha en esta etapa de la vida, no sé cómo describir la dolorosa sensación de estar, por un lado, luchando contra quienes fueron nuestros compañeros de luchas en la juventud, y por el otro, la amargura de encontrarme con quienes se han pasado la vida usurpando el protagonismo en todos los movimientos que han surgido, los mismos farsantes de siempre. Decidí declararlos lluvia y que no dañen mi fiesta.

El desbordante poder de convocatoria verde no puede fracasar. Llegaremos hasta donde sea necesario. Estamos obligados a recuperar el patrimonio que debemos legar a nuestros hijos y nietos. Además, ya decían los filósofos griegos mucho antes de Cristo que "la democracia es el gobierno de los mediocres, por la sensación de libertad que ella esparce". Me declaro mediocre y media, porque esa sensación de libertad que nunca me ha esparcido la democracia, me la está esparciendo, y de qué manera, cada marcha a la que asisto, desde que dan la fecha hasta que pasa.

De modo que, a quienes ya están queriendo imponer criterios, incidentar y demás acciones "disociadoras y disolventes" (como el comunismo ateo, ja ja ja ja), que hagan un esfuerzo por dejar de lado (o manejar con inteligencia) cualquier punto de disensión o cualquier otro móvil, en otras palabras, que no jodan, y que mantengan el verdor de este espíritu colectivo, porque si se diluye, quedará poco por hacer en aras de la recuperación de lo que nos han arrebatado, que nos ha dejado en la lona y endeudados por generaciones. No podemos, ni queremos, ni debemos distraernos con pendejadas.

Los invito de nuevo a contar sus historias, así sea desde las gradas. Yo seguiré contando la que viví desde entonces hasta hoy, no necesariamente por interesante, sino para que los más jóvenes tengan una idea de la época que nos tocó y mis contemporáneos recuerden datos y hechos que puedan haber olvidado.

Have a holy (and green) holy week.

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