Diligencias gubernamentales

Ayer dediqué todo el día a hacer diligencias. La primera, renovar el pasaporte. Aparte de que los gobiernos morados, sin duda, han eficientizado todo lo que implique recaudación, en Pasaportes no puede ser de otro modo mientras esté quien está a cargo de la División de Entrega. Para mí, el problema siempre ha sido hacer filas, pero ya a mi edad no las hago de ninguna manera y, cuando hay poca gente, hay donde sentarse a esperar ser llamado/a, así que no hay queja, todo lo contrario. Hasta los necios cuidadores de carros parecen entrenados para no molestar.

Pero, de ahí me fui a la Cancillería y fue como saltar del cielo al infierno. Lo primero, por supuesto, el cuidador de carros. Me indicó donde estacionarme y, cuando me bajé del carro me pasó un ticket con unas letras inmensas que decía: estacionamiento $200. Le dije que eso él podría cobrarlo cuando tuviera un solar cercado para esos fines, pero que yo estaba en la vía pública. Todavía me salta: "ah, sí, aquí afuera son 100". Y le dije: "aquí afuera es una propina, si quiero y si puedo". Terminé dándole 25 pesos cuando salí y él los aceptó de muy buena gana. Ya había calculado que no le daría nada.

La Cancillería, además de tener su parqueo en remodelación, ha cerrado el tramo de la calle lateral entre la Independencia y el Malecón. Y se perdió todo el parqueo trasero por la construcción del monstruoso centro de convenciones. Por ahí empieza a hacerle la vida difícil a los usuarios de sus servicios y a sus visitantes. Cuando llegamos a la entrada, ya es mucho lo que hemos caminado y sudado, no hablemos del consecuente cambio de humor.

En la entrada, un militar nada amable nos señala a otro militar sentado adentro. El de adentro, menos amable, nos señala la escalera. La subimos. Llegamos a una recepcionista que nos indica cómo llegar a otra recepcionista. Esa segunda recepcionista nos rebota a una tercera que nos retiene la cédula, nos da un pase de visitante y nos manda a una cuarta recepcionista a la que debemos llegar bajando escaleras (habíamos subido por otra sólo para pasar por todas esas estaciones de recepción), caminando muchísimo al aire libre, es decir, a pleno sol, a menos que esté lloviendo, que felizmente no era el caso.

Jurando que había llegado a mi destino, explico a esa cuarta recepcionista el motivo de mi presencia y me pasa a una quinta recepcionista que estaba en chercha full con un joven y arrogante empleado. Me paro delante de ellos como una idiota y, cuando veo que ni me miran ni me preguntan en qué pueden servirme (saben de sobra que para nada), me dirijo a ellos y les digo que necesito una constancia de que presté servicios de tal fecha a tal fecha para fines de reclamación de los fondos acumulados en la AFP en razón de que en los registros contables de la AFP sólo aparece algo menos de la cuarta parte del tiempo que trabajé y con un sueldo que apenas llega a la quinta parte de lo que me pagaban.

Le agrego que llevaba el decreto que me nombraba y el fax que me cancelaba porque temía que, como hace más de diez años, hubieran quemado los archivos como suele suceder en las oficinas gubernamentales.

El joven me sale con que dónde está mi carta de solicitud de ese servicio y ahí se me desataron los demonios porque él no podía disimular su impaciencia por salir de mí para seguir en su chercha. Le di el sermón de la montaña y le dije que le llevaría la carta cuando él me mostrara el reglamento que la exige, porque una carta de trabajo es un párrafo estandarizado al que solo se le cambia el nombre, el puesto y el sueldo y que no toma más de minuto y medio hacerla e imprimirla.

Respiró hondo, me mandó a sentar, copió los documentos que le entregué y desapareció por un buen rato, suficiente para que yo pudiera ver con mis ojos y oír con mis oídos cómo es que las instituciones del gobierno utilizan las instalaciones y los medios de comunicación (celulares, computadoras y demás) para organizar reuniones reeleccionistas - continuistas, más bien - en todo el país, cómo murmuran a los que roban y no reinvierten en el proyecto de permanencia en el poder, es decir, no aportan a la logística, bueno, como para vomitar y bañarse en mierda ahí mismo, porque no quieran ver la naturalidad y el desparpajo.

Al cabo de un buen rato, el joven apareció, esta vez muy ensayado, cortés, y me dijo que me tendría la carta el lunes porque esos archivos no estaban quemados, pero estaban en otro lugar y que necesitaba el día de hoy para buscarlos porque en los documentos que le llevé no aparecía el sueldo, lo cual no pude rebatirle porque es cierto y también es cierto que no podía obligarlo a que pusiera lo que yo le dijera porque eso no es serio.

Cuando salí de ahí, me saludaron varias personas que no reconocí, pero una que insistió en que le contara, por si podía ayudarme en algo (le salieron los dientes en ese empleo), me dijo que yo tenía que dejar eso así, porque si era por corrupción que estaba tan irregular mi situación en la AFP, no era del PLD, sino de Hipólito. Y le respondí que estoy en contra de la corrupción, la practique quien la practique. Que supiera que el entonces canciller era mi amigo de infancia, hijo de mi querida profesora, y que si era a él a quien tenía que señalar, no iba a eructar para hacerlo. Pero que algo dentro de mí me decía que no fue en ese tramo del camino que se perdieron mis fondos. 

Esa ley del fondo de pensiones es de 2001 y entró en vigor en 2003. Al igual que todo el resto de la seguridad social que nos rige, es un logro del gobierno de Hipólito.

Fue Leonel quien me canceló para poner en mi lugar a una cantante que había sido novia de Felucho y que Felucho quería sacar de circulación para vivir en paz su nuevo romance. Mis gastos de regreso pasaron a deuda pública y Vicente Bengoa decidió no pagarme, me lo dijo en mi cara y procedio a mandarme a sacar de Finanzas con dos guardias. Nunca recibí ese pago que me correspondía. De hecho, dinero que gasté. Era al PLD que le tocaba poner en orden todo lo concerniente a mi separación del puesto en 2005 y, doce años más tarde, se dan el lujo de llamarme para mostrarme, con una amabilidad bien ensayada, porque entrenados sí que están, el tollo que han hecho con mis fondos de pensión. 

Ahora estoy en un peregrinaje, primero a la Cancillería, y ya vieron. Luego a la Tesorería, cuando tenga la carta de la Cancillería, luego a la DIDA, y finalmente de nuevo a la AFP, sin la menor garantía de que recuperaré mi dinero.

Yo que ni sabía que podía tener esos fondos acumulados, que fui porque me llamaron y, por supuesto, me puse feliz, y miren por dónde y cómo va la vaina. Pero no les dejaré mi dinero. Ya es demasiado lo que me han robado, principalmente mi derecho al trabajo.

Habrá que hacer un estudio a fondo a ver por qué los empleados públicos creen que pueden tratar a los ciudadanos tan mal, ponernos las cosas en China, hacernos dar viajes, esperar horas muertas, y hacer todo lo que hacen con tanta naturalidad a nuestros ojos.

Me he preguntado muchas veces qué pensarán esos uniformados que custodian a los funcionarios, qué pensarán esos empleados que se pasan el día dentro de los despachos o muy cerca de ellos, viendo y oyendo tantas atrocidades que hasta a ellos los perjudican, tantas conspiraciones contra una población de la que ellos, los empleados, parecerían creer no ser parte.

En fin, no entiendo nada. Y ahora es que me falta dar vueltas.

Bueno, después les cuento de la otra diligencia de ayer, a la Policía a declarar el robo del celular.


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