Experiencia ontológica

Me mudé. Esas dos palabras deberían bastar y sobrar para decir todo lo necesario. Pero no lo dicen.

Perdí la cuenta de mis mudanzas. Tampoco recuerdo una como ésta, y miren que me he mudado no solamente de un tipo de vivienda a otro, de una categoría de barrio a otro. No. Me he mudado de la capital a pueblo pequeño, de pueblo pequeño a pueblo mediano, al campo, a pueblo grande y de nuevo a la capital. Me he mudado de país. He regresado. Puedo decir que mudarme ha sido el deporte que he practicado con más consistencia.

No tengo gran sentido de la propiedad, no siento esa necesidad de la casa propia como mecanismo de seguridad, mucho menos como argumento para asquerosear a los demás. Vivir en propiedades alquiladas me libera de los bancos y me da la libertad de mudarme cuando me dé la gana. Y cada cierto tiempo, me da la gana de mudarme, aunque no todas mis mudanzas han sido tan voluntarias.

En esta ocasión, estaba buscando donde mudarme casi desde el mismo día en que llegué a la vivienda anterior, donde batí mi récord de permanencia: cuatro años y medio, 54 largos meses soportando embates de vecinos, entre peledeístas, gente que  odia los animales, gente que no respeta ni sus propios derechos, mucho menos los ajenos, y unos propietarios que llamaremos raros mientras aparece la palabra que los defina con más precisión y que siquiera insinúe su extrema irresponsabilidad y su más absoluta falta de educación.

En los dos últimos años arrecié la búsqueda de una vivienda donde cupieran todos mis muebles, mis animales y mis plantas, que no estuviera más lejos que ésa y que tampoco excediera ese precio.

Hasta que un día a mi hija se le ocurrió que llamáramos a un amigo que vive en el campo y que tiene un apartamento en Gascue, cerrado desde hace más de tres años, aclarándole que no podíamos pagar ni un peso más de lo que pagábamos en aquella casa, porque sabíamos que el precio de alquiler de este apartamento era tres veces nuestro límite. Y lo llamé. Total, lo peor que iba a decir era que no. ¡Pero dijo que sí!

La parte de ponernos de acuerdo, de redactar y firmar el contrato, de realizar los trabajos propios de una vivienda cerrada por años, fluyó con facilidad y sin el menor problema. Las dos partes, en actitud de quienes se han sacado el premio mayor. Al principio, un poco de fricción con la administradora del mantenimiento del edificio, pero hace rato que llegamos a la más feliz cordialidad.

Resolvimos lo de las perras grandes con mucha suerte y podemos decir que pasaron a una vida mucho mejor, juntas, en una finca muy linda, donde fueron muy bienvenidas. Están felices con tanto espacio para correr y tan bien atendidas. Aquí quedaron Rosalía la pug, Arí el chihuahua que se cree rottweiler, André el gato y Joy Margarita la gata. 

Tres perros, Lucy, Wally y Capri murieron en aquella casa, de diferentes enfermedades, en diferentes momentos. Juancho (Juan José), el gato que resultó ser gata operada, murió en las fauces de mis propios perros y Tantán (María Constanza), la gata de 20 libras, se perdió. 

Si es cierto aquello de que "en él/ella se insuelva", tenemos una idea del nivel de maledicencia en que vivíamos. Y la verdad es que dábamos los buenos días y no nos contestaban, desde el primer hasta el último día, no hablemos de las pedradas a los perros, de los carros en nuestras aceras, de las murmuraciones voceadas para que las oyéramos, bueno, ¿para qué recordar ese "petit monde"?

También pude resolver de manera insuperable lo de mis tantas matas, que fueron a recalar a otra finca, igualmente bienvenidas. Aun así, me traje más de 30 tarros, porque este apartamento, precioso, de tres niveles, tiene una terraza bien grande con vista al mar, y otros espacios abiertos donde mis plantas vivirán felices.

Pero, ¡ah, la gente! Por un lado, los mudanceros, que te preguntan dos mil veces qué vas a transportar, de dónde a dónde, y de qué piso a qué piso. Te cotizan te fijan una hora para llegar, se aparecen dos o tres horas más tarde y exigen que entiendas sus razones, vienen en un vehículo donde no cabe ni la mitad de tus cosas, se la pasan gritando que esos muebles sí pesan, que qué escaleras tan incómodas, todo lo tiran, todo lo rompen, todo lo ensucian, siempre quieren más dinero del que te cotizaron. Y no pierden ocasión de hacerte saber que tienen hambre, ignorando que les agarró la hora de comer porque llegaron tardísimo, y que yo también estaba sin comer y no decía nada, a pesar de que era quien estaba pagando por el maltrato y la destrucción de mis pertenencias.

Estaba tan harta de la plañidera que sólo pronuncié estas palabras: hagan lo que les dé la gana, que mañana temprano voy a Pro-consumidor. Inmediatamente se comprometieron a hacer otro viaje sin costo adicional, se dispusieron a subir por los ventanales con soga todo lo que no pasaba por las escaleras, y no quieran ver qué derroche de amabilidad.

Pero ahí nos encontramos con el punto de la cantidad de gente que vive de un oficio que desconoce por completo y que ejerce sin el menor criterio ni la más mínima herramienta. Usaron mis destornilladores, mi alicate, mis cartones, unas mantas y una soga que me habían prestado. No tenían nada, aparte del tupé de decirme que su única obligación era transportar.

Vi mi inversor nuevecito caer de aire al piso de cemento, y al tipo decirme tranquilamente que le cayó en un pie, como si yo no estuviera ahí mirando. Vi cómo un joven ayudante incrustaba una mecedora de hierro en un escritorio de corazón de caoba centenaria y decirme que no lo rayó. En efecto, no lo rayó: le hizo un hoyo que me costó ofrecerlo a mitad de precio a un interesado en comprarlo, y no estoy hablando de dos pesos.

Ahí están las paredes recién pintadas clamando por más pintura. La nevera y la estufa, no sé ni cómo contarles el impacto, sólo sé que me saldrá más barato comprarlas nuevas, y no sé qué haré con el piso, granito vaciado, que quedó rayado en esa operación. Esto ha sido un ciclón batatero.

El comportamiento de mis nuevos vecinos durante el proceso de descarga del camión ha sido sencillamente lamentable. No sé cuántas veces hubo que mover el camión para que sus majestades entraran y sacaran sus yipetas cada tantos minutos, no sin un despliegue de grosería rayana en agresión y violencia. La última terminó terciando su yipeta de manera que el camión no podía salir cuando terminó y por más que le tocamos el timbre, no salía, hasta que decidí vocear que si fue en helicóptero que ellos, en su momento, se mudaron aquí. No sea nadie pendejo.

De mi cansancio, no sé qué decir. Todas las mudanzas cansan, pero ésta es clase aparte. Como les dije, el apartamento tiene tres niveles. Para todo hay que subir y bajar escaleras. Pero además, los espacios para pasar de un salón a otro, de un cuarto a otro, son notablemente estrechos. Así, tuvimos que pasar la nevera y la estufa por debajo del desayunador, porque de otro modo no pasaban a la cocina. Mi cama, un vulgar box spring tamaño full, entró por las escaleras hasta el segundo piso, que es el primer nivel del apartamento, pero para llevarlo al nivel de los dormitorios, hubo que sacarlo con soga por el ventanal del comedor y entrarlo por el ventanal de un dormitorio arriba.

Tuve que poner la lavadora y la secadora en la terraza porque podía pasarlas hasta la cocina por debajo del desayunador, pero no pasaban de la cocina al área de lavado. Y esto ha sido desastroso, porque el único desagüe es el pluvial, de manera que toda el agua de la lavadora cae en el patio de la vecina de abajo. Esto hay que resolverlo, al igual que la protección del sol inclemente que nos invade cada tarde, que hace imposible permanecer en esas áreas y que sabemos que destruye los muebles.

El librero quedó esclavizado en la pared del recibidor, porque no pasa por ninguna parte. Pesa demasiado y ya vimos lo torpes que son los mudanceros, así que decidí no tomar el riesgo de la soga por el ventanal. Ahí quedó, exactamente donde yo no quería.

El cuento de Claro y el traslado de los servicios, quizás debe dejarlo para mejor momento. Sólo les adelanto que fue jueves santo, llegaron a las 8 y media de la mañana, salieron al mediodía, una hora más tarde los llamé y dijeron que estaban cerquita, que regresaban en minutos, pero regresaron, bueno, regresó uno solo, más de tres horas más tarde, pasadas las 4, y se fue a las 7 y media de la noche porque lo boté. Hoy es lunes y sigo sin teléfono. Tengo internet, y no sé si el cable funciona porque no he conectado el televisor. Debí tomar fotos al sucio y al reguero que dejaron. 

A pesar de todo lo narrado y lo que obvié u olvidé, el estropeo, lo que falta, y de haber quedado con aquello en las cenizas, de tanto gasto, estoy contenta. Yo nací en Ciudad Nueva, pero me crié aquí en Gascue. No importa por dónde pase ni hacia dónde mire, tengo un recuerdo en cada milímetro de este barrio, casi siempre un recuerdo que me hace sonreír. 

Mis primeras amistades, que conservo. Mi primera escuela. Mi primer empleo. Mis primeros y mis últimos amores, los primeros platónicos, los últimos absolutamente tórridos, ahora peligrosamente al doblar la esquina.

Es una experiencia del tipo "back to the future". Y lo más significativo y valioso de todo esto ha sido el desprendimiento de mi amigo, el propietario de este apartamento, y su palabra de caballero al aceptar mi sentencia de que sólo muerta saldré de aquí.

Comentarios

Piera Banks ha dicho que…
Tú eres una 'montra', yo muero en el intento.

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