Declaración jurada
Por fortuna, no he sido nombrada en un cargo
del nuevo gobierno. Si tuviera que presentar una declaración jurada, y más
después de haber visto las que han sido publicadas, no puedo siquiera imaginar
cómo me sentiría, probablemente muy extraña.
No califico para pobre, no encajo en la
definición. Pero tampoco encajo en el criterio de ese formulario oficial, donde
solo caben cifras que representan dinero. Me bastaría un solo cuadrito para
escribir RD$2,000.00, mi “capital suscrito y pagado”, que es el monto mínimo
exigido por el banco. En rojo, podría incluir deudas sin honrar y necesidades
sin cubrir.
En ningún cuadrito de ésos cabe declarar – por
tanto, no es del interés de la Cámara de Cuentas ni de la ley que obliga a presentar
la declaración – que tengo una hija, tres perritos, dos gatos, no sé cuántos
tarros sembrados de matas de hojas, flores, frutas y verduras; muebles y
electrodomésticos de los cuales una gran parte requiere de reparación a fondo y
el resto está de botarse; enseres del hogar – algunos de inmenso valor
sentimental – ropa, zapatos, accesorios, y una lista de amigos cada vez más
pequeña que me llaman o me escriben a saber de mí, más los contactos en las
redes, casi todos desconocidos en el mundo real. No tengo casa, ni carro, ni joyas ni
nada de gran valor material. ¡Ah, tengo libros, muchos de ellos obsequiados por sus autores, o como parte de mi curriculum por haberlos corregido o traducido!
Tampoco tengo ingresos ni crédito formal. Y,
gracias a Leonel Fernández, quedé despojada de mis fondos de pensión, ya que en
2009 tuvo a bien promulgar una ley de amnistía para todas las instituciones
públicas y privadas que tenían atrasos en los depósitos del dinero que nos
descontaban religiosamente de nuestros sueldos, quedando obligadas,
exclusivamente, a devolvernos el monto descontado sin un solo peso de
beneficio, cosa que tampoco han hecho.
Lo que tengo para repartir al país, a la isla
entera, a todo el Caribe, a Centroamérica, al resto del continente y del mundo
es una cantidad infinita de recuerdos de todos los colores, con todos sus
matices, generando todo tipo de sensaciones.
No tienen que decírmelo. El dinero, los teneres
y yo, no nos gustamos. De haber sido
nombrada, a estas horas yo estaría encabezando la lista de los suspendidos y
muy pronto de los cancelados, si la advertencia presidencial se materializa.
Mis muy preciados bienes no guardan relación con lo que, de acuerdo con la ley,
se debe incluir en ese formulario.
No piensen que me siento mal por eso. Soy una
persona eminentemente feliz, de felicidad simple. Con cualquier musiquita me
alegro. A veces me pongo de risa fácil. Sin embargo, por haber vivido mis años
así, o peor, o mucho peor, con efímeras etapas de bienestar, no logro evitar mi
asombro, rayano en espanto, al ver las alucinantes cifras de los patrimonios
declarados por tantos funcionarios anteriores y de estreno. ¿Cómo se puede
acumular tanto dinero? Mejor dicho, ¿cómo se puede vivir para acumular todo ese
dinero? ¿Para qué? ¿Vale la pena? Además, ¿cómo pueden disfrutar de tales
fortunas rodeados de tanta pobreza?
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