¿Eso fue lo que te dieron?

Son tantas las veces que me han preguntado eso desde que me nombraron en este puesto, considerado poca cosa en relación con mis supuestos méritos, que me vi inclinada a darle un poco de mente al asunto.

 

Si bien es cierto que a algunos les han dado mucho más de lo que merecían, también es cierto que a no pocos meritorios no les han dado nada, de manera que puedo considerarme tomada en cuenta, privilegiada. Total, no sabemos exactamente cuál es el criterio que determina los méritos.

 

Efectivamente, éste es uno de los consulados más pequeños, si no el más pequeño de todos, en términos de las recaudaciones, que es el dinero del cual se puede ahorrar buena parte, porque así está estipulado desde los tiempos en que los cónsules no recibían sueldos, pero que dentro de muy poco será tan intocable como el resto del dinero público.

 

Si no era significativa la recaudación antes, desde que tomé posesión se volvió pírrica, no solamente por la situación de desempleo de tantos dominicanos en estas islas, impedidos de renovar sus documentos, sino porque puse los precios de los servicios consulares con estricto apego al tarifario que me entregó el MIREX.

 

Pero creo que mis relacionados, tanto en el mundo real como en la sociedad virtual, se refieren a que, según su mejor criterio, debieron “darme” un puesto de más importancia. A eso quiero referirme.

 

En primer lugar, yo no quería nada, y de ello pueden dar fe el presidente mismo y su esposa. Yo estaba amarrando un contrato de traducciones en un ministerio y ya estaba aprobado, “listo para la firma”. Eso me aseguraba un ingreso fijo y me permitiría trabajar desde mi casa, sin horario y en mi “outfit” favorito: bata y calipsos; fumar sin ser asqueroseada por quienes así - asqueroseando fumadores – juran que ejercen poder, y seguir pasando mis días rodeada de mis perritos, mis gatos y mis plantas; hablar con - o escribir a - mis amigos a mi antojo, en fin, disponer de mi tiempo.

 

Cuando decidí aceptar algo, ya quedaba poca cosa. En el país, nada. No quise embajada. Pedí un consulado en país cercano y que se llegara en un solo avión. Y aquí estoy, haciendo lo que puedo y un chin más, literalmente contra viento y marea.

 

En segundo lugar, igual de importante, quienes vivimos con el traje de pelear puesto, no podemos hacer cierto nivel de compromisos. La gente que, como yo, no tiene que ver para señalar, criticar, protestar y, si se ofrece, tirarse a la calle, amotinarse, no puede asumir una posición que obligue a guardar las formas, a quedar como quien engañó al mundo, como cómplice por omisión.

 

Por ejemplo, si yo fuera ministra, directora general, o algo por el estilo, como tantos dicen que yo merecía, no habría podido enfrentar por las redes al egregio Director de la Policía Nacional cuando insultó públicamente a las madres solteras, de lo más dispuesta a quedarme sin empleo.

 

Estoy segura de que más de un funcionario de primer rango se indignó con aquella incalificable declaración del jefe de los grises, pero era improcedente dar una imagen - o crear una situación real - de conflicto en las altas esferas del gobierno, que redundara en una sensación de inseguridad en la población, a nivel de “se están matando en el Gabinete”.

 

Con toda certeza, si yo hubiera estado en RD en ese momento, le habría montado un buen piquete con mejores cartelitos a ese violento agresor, aun después de excusarse. Ya está más que comprobado que por eso no botan a nadie en este gobierno. Pero si eso hubiera tenido lugar y redundado en mi desvinculación del cargo, me habría quedado en mi casa de lo más satisfecha. Como decía Peña Gómez y repetía Hatuey, “por los principios, hasta el final”.

 

Otra ventaja de este puesto es que no es codiciado, de modo que el riesgo de que me serruchen el palo, si no es nulo, es muy bajo. Eso tampoco me preocupa. No salí botada de mi casa; en ella, lejos de molestar, todos son felices con mi presencia.

 

No ando buscando prestigio. Tengo más relaciones de las que puedo administrar adecuadamente, con amplia gama de diversidad. Llegué a esta edad sin bienes materiales y tengo 70 años. Ya no necesito mucho.

 

En cuanto a la experiencia, como dicen los cristianos, “Dios escribe derecho en renglones torcidos”. Siempre anhelé dedicar lo que queda de mi fuerza de trabajo a los más pobres, y una buena parte de la comunidad dominicana en estas islas es pobre, muy pobre.

 

Mientras dure, cumplo y disfruto con “esto que me dieron”, que asumo con honor, como una oportunidad de hacer crecer algo pequeño. De todos modos, muchas gracias por pensar que yo merecía algo mejor.






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