De la normalidad a la demencia

Todos hemos vivido algún momento de fatiga nerviosa y sabemos que no debemos permitir que dure indefinidamente para que no se convierta en ansiedad, que es un sentimiento de inseguridad, de no estar en el lugar que deberíamos, o de obrar en tareas que no están hechas para nosotros. La ansiedad es el miedo del mañana, el miedo de atrapar tal o cual virus o microbio destructor. La ansiedad es el temor de no ser apreciado en el justo valor, de no poder equilibrar el presupuesto. Es el miedo a lo desconocido, al futuro. También es la incertidumbre de ser amado, de triunfar en tal o cual empresa. Esta ansiedad es ocasionada precisamente por una fatiga nerviosa no controlada desde el principio. La ansiedad lanza una sombra oscura sobre los días más bellos de la vida. Lanza una duda en el corazón que cree que todo el mundo lo engaña, quiere hacerle daño y colocarse al lado de su campo. La ansiedad puede contener miedo, temor, celo y complejo de persecución. La ansiedad se extiende sobre una multitud de temas: nos inquietamos de todo y de nada. Todo parece monstruoso e imposible de cumplir. Sin embargo, la ansiedad no es el límite de la fatiga nerviosa: ésta puede degenerar en obsesión o en delirio mental. La obsesión se fija en un solo punto, o dos o tres a lo sumo, y empuja el enfermo a ver todo bajo ese ángulo. Podemos volvernos obsesivos sobre un solo punto y estar perfectamente normales sobre todos los demás. Podemos tener la obsesión de la limpieza: hay una falta de equilibrio, una mala adaptación al medio. Podemos tener la obsesión de los microbios, de la muerte, de no ser amados. Todas las palabras un poco veladas nos parecen dirigidas especialmente para disgustarnos. La obsesión tiene tantas caras como temas. Puede tomar prestada la figura más anodina y la más inocente de todas las figuras. Este trastorno es difícil de desalojar. A menudo comienza desde la infancia, cuando el infante cree que sus padres no son justos con él. Entonces se crea en su espíritu un estado de duda y esa duda se transforma en un punto fijo que se convierte en obsesión. Cuando un ser humano tiene miedo, podría hasta matar si su miedo crece con demasiada rapidez. Cuando está ansioso, todo le parece a punto de asfixiarlo. Por tanto, está siempre listo a abalanzarse para defender su personalidad. Se establece una angustia, un miedo exagerado del mañana, de los acontecimientos, del futuro, del qué dirán, en fin, de todo lo que le afecta desde el punto de vista personal. Mientras más dura el estado, más se multiplican los temas del miedo. El ser humano tiene miedo de las guerras, de la noche, de los aviones, de los automóviles, de los valores, hasta del polvo, de los microbios, en fin, de todo. Si el estado dura y, si por desgracia, el pensamiento se apega a un punto particular, por encima de toda esta ansiedad, vemos nacer la obsesión. De ahí al desequilibrio completo, sólo hay un paso que se llama enfermedad mental, que tiene toda clase de aspectos, pero toma prestado el aspecto de la obsesión. La obsesión puede fijarse en la economía, es decir, el bien material, la adquisición no solamente de bienes materiales sino afectivos. Puede extenderse hasta el instinto sexual, de conservación, de equilibrio. Es demencial. Antes de desequilibrarse por completo, el sistema nervioso primero se fija y, antes de fijarse, primero tuvo miedo, ha tenido que defenderse. Y antes de tener miedo, apenas era impaciente, apenas cansado mentalmente. Todo eso se encadena y a fin de cuentas forma una sola enfermedad a diferentes grados. Esta enfermedad es la tensión nerviosa, un desequilibrio ligero. El desequilibrado mental puede ser obsesivo o disperso. Puede creerse un hombre célebre. Aparte de eso, su conducta es casi normal. En ese caso, su desequilibrio es obsesivo. O bien, es ilógico en todo. Mezcla lo verdadero con lo falso. Ya no distingue los valores. Entonces es un desequilibrado mental disperso. El desequilibrado disperso no ve nada como los demás. Su lógica es que él es capaz de crear cualquier cosa, puede hacer esto, puede hacer lo otro, tiene todos los talentos, puede hacer toda clase de adquisiciones según su lógica instintiva. La moral no entra en juego, el verdadero bien de la sociedad tampoco. El desequilibrado mental disperso puede tener también como origen el lado espiritual que no es el desequilibrio de la obsesión, sino un desequilibrio que espiritualiza toda mesura de los actos de la vida. Todo es malo. Todo es pecado. Todo es demonio. En fin, el mal para él es más fuerte que el bien. Estas explicaciones tan sencillas, sobre un tema tan complejo, aparecen en el manual del curso de relajación de la Fundación Científica Universo que tuve a bien traducir para el Instituto Dominicano de Ciencias Cósmicas. Por supuesto, las extraje con la debida autorización de mi cliente, dada su importancia para entender a la tanta gente que nos rodea, cuyo comportamiento a menudo nos confunde, nos sorprende, nos perjudica y nos pone, más que en riesgo, en peligro.

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