Yo solidaria y tú progresando

Me he pasado la vida cantaleteando que la solidaridad es la base del progreso. Y sigo creyéndolo. Sin embargo, hay sectores políticos, sociales y económicos que han entendido todo al revés, que la solidaridad ajena está al servicio de su progreso, el de ellos y ellas. Así, nos hemos pasado la vida siendo los escalones que otros pisan para subir. Nos quedamos pisados, pisoteados, viendo una vez tras otra, por supuesto desde lejos, que hemos sido solidarios para que otros progresen, mientras nosotros quedamos estancados o, peor, retrocedidos. 

Esto me obliga a recordar a la sicoanalista argentina que, siendo yo muy joven, o sea, a tiempo para evitar tanto atajar para que otro enlace con la respectiva desazón que genera, me dijo que no hiciera favores, que las personas tienden a interpretar que estamos mendigando afecto, atención, y aprovechan muy bien el desinteresado tiempo y la desinteresada disponibilidad de nuestros conocimientos y relaciones, pero que cuando consiguen lo que quieren o necesitan o creen merecer, hasta ahí llegó el cariño.

Llegar a esta edad, a esta etapa de la vida, sintiéndonos idiotas, tontos/as útiles, no es nada gratificante. Como nunca es tarde, aunque la dicha no sea tan buena, ¡se acabó!

¡Dios Santo! Desde que entré en la UASD hace más de 40 años, casi 50, con esa culpa que te inoculan por venir de un colegio de niñas "bien" y vivir en un barrio de familias acomodadas, sólo para que no me creyeran parejera, porque yo trabajaba y ellos no, bueno, y en realidad, ésa es mi naturaleza, empujando gente, principalmente hombres, para que lleguen adonde aspiran, y "si te vi, no me acuerdo".

Debería reírme de mi reincidencia, pero es demasiado patético que ahora la indigente, la marginada, la muerta civil, soy yo. Aun así, todavía queda quien quiera de mi tiempo y de lo mucho o poco que pueda saber de determinados temas ¡a cambio de nada! Ni las gracias. Por el contrario, un gritar miseria antes de que se nos ocurra siquiera insinuar que necesitamos algo.

Cuando escriba ese anecdotario, con sus nombres y apellidos, quizás me sentiré aliviada y, en cierto modo, con un deber cumplido: que el mundo sepa, aunque sea tarde, quiénes son, cómo son, dónde están, adónde pretenden llegar los que no han llegado todavía.

No había pensado hacerlo para no lucir como quien pretende ser la buena en una interminable cadena de malos. Pero, por un lado, a esta edad ese tema del qué dirán casi no tiene importancia y, por el otro lado, definitivamente es una costumbre que hay que erradicar, porque no ha sido nada personal ni exclusivo conmigo: es toda una práctica, una cultura, un modus operandi, una forma de violencia, una falta de justicia y de justeza. Entonces, es un deber dejar ese testimonio, ese aprendizaje, para que otros no pasen por eso (aunque nadie aprende en cabeza ajena).

Es muy duro sentirse tirado como un zapato viejo después de creerse útil, necesario, dizque tomado en cuenta. Y si esa tirada al basurero viene acompañada de una sacada de lengua (por ejemplo, una oferta, una promesa, de algo que pintan como un privilegio, pero que no cumplirán, sólo es una táctica dilatoria), o de una desvalorización, duele más todavía.

En conclusión, cuando se nos requiere algún tipo de favor o de servicio en aras de una supuesta causa, de un proyecto de cualquier índole, lo mejor es establecer reglas claras desde el principio y tener la entereza de decir que no si no conviene, si va a generar pérdidas o si conlleva esfuerzo y sacrificio, porque después que empiezan a aparentar cariño y amistad, es difícil abandonar el compromiso asumido y el golpe pega más fuerte.

Feliz fin de semana, en la medida de lo posible.






Comentarios

Entradas populares de este blog

Memorias de Gestión Consular

Prestigio prestado

Cuando baila un buen merengue