¡Ah, las amigas! (algunas)

Casi todas mis amigas pueden alardear de lo bien que criaron a sus hijos y a sus hijas, independientemente de las circunstancias bajo las cuales ejercieron su maternidad. Da gusto ver los resultados: tantos hombre y mujeres de bien, atletas, profesionales, técnicos, artistas, la mayoría con sus familias formadas, lo que coloca a esas amigas en el gratificante rol de abuelas. Y eso produce un orgullo ajeno muy grande.

Sin embargo, nadie carece de amigas a quienes el tiempo les alcanzaba para señalar todo lo que estábamos haciendo mal con nuestros hijos, advirtiéndonos que, de seguir así, nos devorarían cuando llegaran a adultos. Resulta que precisamente son esas amigas las que están pasando el Niágara en bicicleta con sus hijos.

La amiga que más tiempo dedicó a criticar mi método de crianza - no a mis espaldas, sino a nivel de sermones frecuentes y extensos - es madre de cinco varones, no se sabe cuál más desastroso.

En su caso, no había problemas económicos ni sociales. Su esposo siempre fue un padre presente y responsable, no solamente buen proveedor, sino participante voluntario. El fallo estuvo, creo yo, en inculcarles que eran seres superiores por vivir en el subdesarrollo siendo europeos y, entonces, cuando llegaron a Europa, donde nunca habían vivido, constataron bruscamente en qué consistía su superioridad.

Otra, no madre soltera como yo, sino casada varias veces, que juraba que yo le tenía envidia porque su niña, la menor, desde su óptica, era linda y la mía no, lejos de haber terminado el viacrucis que le ha proporcionado esa "belleza", está atravesando un calvario, y no un calvario cualquiera, con los nietos que esa misma hija le ha ido soltando a medida que los pare.

Esta, por el contrario, no aguanta un problema económico más. Vive en el mismo borde de la miseria. He llegado a pensar que ante la situación financiera, quiso compensar las carencias materiales con unos niveles alucinantes de permisividad que, por supuesto, acabaron con su tambaleante condición social. Sólo espero que ese infierno no la lleve a la tumba de una forma indigna.

Pienso que si el tiempo que dedicaron a objetar la educación que yo estaba dando a mi hija lo hubieran empleado en sus propios hijos, quizás no estarían hoy con las manos en la cabeza. Terminaron devoradas las dos. Yo no. Estoy muy lejos de ser una madre devorada. De hecho, estoy casi en el extremo opuesto: más bien califico para madre devoradora.

De esa amiga europea tengo pocas noticias últimamente y cuando recibo alguna, siempre escueta, queda claro que nada mejora. De la otra amiga, tengo más noticias de las que quisiera, y cada vez son más sórdidas. No sé cómo se puede vivir así.

Nada. Abandono esta distracción momentánea para seguir rumiando mi culpa: ¡tanto luchar contra la generación que nos precedió para dejar a la generación que nos sigue el país en las manos malditas de lo más abyecto de nuestra generación! Sí. Les abrimos el camino, les cedimos nuestros espacios y nos pisotearon, nos aplastaron, nos arrinconaron, nos encerraron con nuestras propias rejas. No hicimos nada para impedirlo, ni para frenarlo. ¿Y ahora, cómo quedamos ante nosotros mismos y nuestros descendientes?


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