El problema es la conciencia



Despertar y, antes del primer sorbo de café, alcanzar a ver la noticia de que un hombre ha violado sus tres hijas, tres niñas, de las cuales embarazó dos, es un vomitivo mucho más que eficaz. Y es solo la primera del día, que con las horas que faltan para que termine, es alto el riesgo de enterarnos de otra/s por el estilo antes de volver a la cama esta noche.

Aprendimos que somos diferentes a los animales porque tenemos conciencia y ellos no. Entonces, podemos tranquilamente inferir que esa diferencia, lejos de hacernos superiores, nos lleva a ser infinitamente más salvajes que el más salvaje de los animales.

Los animales, que funcionan por instinto, no tienen nuestra milenaria historia de destrucción, de explotación, de esclavitud, de torturas, de crímenes, de sometimiento, de adoctrinamiento, de robo, de corrupción, de infracción de las reglas, las normas y las leyes, de insultos, de maltratos, de humillaciones, de hechos execrables, abominables, incluso y de manera relevante, contra nuestros propios hijos e hijas. Para eso y peor ha servido la conciencia a la humanidad.

Yo siento mucha vergüenza con los perros que, sin conciencia, nos acompañan y nos defienden. También con los inconscientes gatos, que nos divierten y nos libran de las alimañas; esas vacas sin conciencia, que nos alimentan, nos viste, nos calzan y nos adornan; las abejas inconscientes, que producen para nosotros alimento y remedio; los inconscientes caballos, que nos transportan y llevan nuestras cargas; los toros sin conciencia que, castrados, se convierten en bueyes y aran nuestras tierras; las inconscientes arañas, que tejen sus telas para atrapar los mosquitos que nos pican, bueno, y no sigo, porque de verdad, me estoy sintiendo demasiado insignificante, parte integral de una raza peor que inútil, nociva hasta lo letal.

Estamos afectando nuestra raza de una manera irreversible. Terminaremos hablando de la involución de la especie. Así como nacieron tantos locos en las monarquías gracias a esos matrimonios forzados entre primos y a no pocas relaciones incestuosas, nosotros, particularmente los de por aquí que ya hace rato que somos mestizos, estamos deformando de mala manera nuestros, repito, ya impuros genes, con la cantidad de hijos e hijas de abusos sexuales de parte de parientes directos y gestados en niñas que no han terminado de desarrollar su cuerpo, no hablemos de su mente y sus emociones.

De entrada, son criaturas rechazadas, malqueridas desde antes de nacer, que lo único seguro que traen al mundo es el desamparo, el mismo desamparo de sus madres y sus abuelas. Y también de sus padres y abuelos. Es una cadena, un círculo perverso de pobreza, de violencia económica, social, política, emocional, sicológica, física…

Para nosotros es muy fácil leer esas noticias y olvidarlas al instante. También podemos darnos el lujo de ignorarlas, pasarlas por alto, no leerlas no dejar que nos las cuenten. Eso es parte importante de nuestra inconsciencia. No asumimos todas las implicaciones que tienen esos numerosos y crecientes casos en la sociedad que estamos viviendo y, principalmente, en la que dejaremos a nuestros descendientes.

Los más críticos nos preguntamos qué hacen las autoridades, esos empleados de lujo que, sin poder y a costa de nuestra precaria economía, mantenemos a todo dar para que se ocupen de los diferentes aspectos de la vida nacional. Sin embargo, no les hacemos la menor exigencia, mucho menos tomamos acción al respecto.

Todos y cada uno de nosotros tenemos una cuota de responsabilidad en lo que está pasando. Nos colocamos en el público, no en el escenario. Vemos lo que ocurre como si no tuviéramos nada que ver con eso, como si fuéramos ajenos a la situación, como si no hubiera la más mínima posibilidad de que nos afectara, por tanto, como si no nos importara lo que sucede a los demás. Hemos pagado, estamos pagando y pagaremos caro por todo eso.

Creo que si algo nos distingue de los animales, no es la conciencia, sino la inconsciencia. 

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