De conos (¡coño!) y estacionamientos

La foto que acompaña esta publicación la tomé desde mi parqueo, es decir, esa situación, una de tantísimas, es en la acera de enfrente. Recuerdo que hace años pregunté a una residente en ese edificio porqué se reservaba el espacio público y me respondió que cuando hay carros estacionados, repito, en la vía pública, los vehículos no tenían visibilidad adecuada para salir. Parece ser la única que no ha notado los árboles sembrados en la acera, podados expresamente de manera que nadie puede abrir la puerta de su vehículo al estacionarse allí, dado que la calle es de una vía y de ese lado queda la puerta del conductor.

Eso me recuerda una visita que dispensé a un amigo ya fallecido, frente a cuya casa pude estacionarme solo cuando el vigilante confirmó que mi visita era al dueño de esa casa. Cuando entré, apenas lo saludé antes de preguntarle por qué tenía todas esas latas llenas de cemento con un palo de metal en el medio y me dijo, con la mayor naturalidad, que al lado de la casa habían construido un edificio sin parqueo de visitas, por lo que los visitantes se estacionaban en su frente y entonces los visitantes de él, muchos y frecuentes, no encontraban espacio. O sea, no le cruzó nunca por la cabeza que la calle no era parte de su propiedad, que él tampoco tenía estacionamiento para sus visitantes.

Pero donde se rompen todos los esquemas es en los establecimientos comerciales. Los vigilantes tienen ahí un peculiar ejercicio de poder colocando conos en los espacios de los estacionamientos, que impiden que los clientes se estacionen sin “confesarse” con ellos, quienes además pretenden transmitir una intención de benevolencia, de favor ¡a los clientes de ese negocio!

Hoy mismo, fui al cajero de la estación de gasolina que está frente al Teatro Nacional y, por segunda vez, estaban los parqueos con dos conos cada uno. El guardián es malcriadísimo. Me mandó a parquearme detrás del edificio, donde lavan los carros. Se me había olvidado que ya eso pasó antes, pero evidentemente él me reconoció y se ensañó. Solo le respondí: “no hablaré más con usted, escribiré a la administración de este negocio y al banco para que saque su cajero automático de aquí”. Y me fui.

Entonces, me dirigí al cajero que está en la Bolívar, donde está el restaurante Boga Boga y la heladería Valentino. ¡Todos los estacionamientos desocupados, con dos conos cada uno! Y ni siquiera un vigilante a quien pedirle que quitara los malditos conos. ¿Para qué son los parqueos?

Es la misma historia en los supermercados, en los centros comerciales, en farmacias, ¡en clínicas y hospitales! Si vamos a oficinas gubernamentales o a lugares donde hay movimiento turístico, debemos estar dispuestos a ponernos los carros en la cabeza o a doblarlos bien a ver si caben en la cartera, porque los espacios públicos pertenecen a los sindicatos de taxistas y a los “cuida-carros”.

Esta ciudad tiene demasiados dueños. No sea nadie pendejo.




 

 

 

 

 

 

 


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