Fait divers

En francés, fait divers significa suceso, contenido de la crónica roja, es decir, los accidentes, los hechos violentos y demás. Nuestra crónica roja nunca ha carecido de material abundante para los diferentes medios de comunicación, y ahora, con las redes sociales, su difusión ya casi ni es noticia a la hora de salida de los medios formales de comunicación.

En estos días, en menos de una semana hemos sido sacudidos por tres hechos violentos que han dejado dos niñas muertas y otra todavía viva, pero grave, las tres agredidas por sus respectivas madres.

Uno de ellos, el primero, causado por aparente desesperación de la madre frente a la situación de abuso que sufría su niña. Parecería que decidió irse de este mundo y llevarse con ella una vida que ella misma dio.

Del segundo, seguimos con una nube, esperando que se aclare. Pero esa nube no ha logrado opacar lo espeluznante del caso. Probablemente, tampoco perderá esa categoría cuando se conozca el móvil. Yo todavía espero que se descubra que no fue la madre, hasta ahora señalada ¡por la prensa! como única sospechosa.

Y la tercera, por el momento “solo” parece un caso de violencia pura y simple. Me dio mucha rabia la facilidad con que la madre admitió que “se le fue la mano” y, como hacen tantos cristianos, se tomó la ¿auténtica? molestia de pedir perdón a la sociedad. Y aquí me quedan dos preocupaciones: qué será de esa niña si se salva (está muy delicada), y que la mujer dice estar embarazada, o sea, que por ahí viene otro/a inocente a las manos de esa madre.

De ninguna de las tres historias se sabe si la irresponsabilidad paterna jugó algún papel, pero no hay que descartar esa posibilidad.

Es mucho lo que se puede leer y escribir sobre la violencia de las mujeres, con relevancia en su rol de madres. Esto puede encontrar explicación en la socorrida expresión de que “la violencia genera violencia”. Es cierto que muchas madres tuvieron una infancia llena de abusos y su vida en pareja o sin pareja también es muy violenta, cuando menos por violencia económica y social, que golpea durísimo.

También es cierto que, en cualquier circunstancia, la maternidad limita muchísimo la vida y que todas, en más de un momento, olvidando que nuestras proles también están viviendo las mismas situaciones que nos aplastan, hemos descargado nuestra impotencia en ellos.

Pero, este nivel de salvajismo cavernario es injustificable. Y lo otro mucho menos justificable es el desamparo estatal.

(Todavía recuerdo con espanto las livianas palabras públicas - y oficiales, por más que se diga que fue una declaración personal - de aquel jefe de la Policía: “La Policía Nacional no ingresará a sus filas a ningún hijo de madre soltera”. ¡Y no solo que no lo botaron, sino que ni un boche le dieron! El boche, y no chiquito, me lo dieron a mí por reclamar.)

Estos hechos han coincidido con los días de juramentación presidencial que, glamour aparte (muy lindo y organizado todo), viene arrastrando unos niveles alucinantes de cabildeo cargado de unas dosis incalificables de coba, pleitesía, genuflexión, lambonismo y demás características de quienes juran que “se fajaron” y entienden que merecen, ya sea quedarse o ser tomados en cuenta.

Y no es que tengan ningún plan ni las menores intenciones de hacer quedar bien al gobierno y a su adorada cabeza, sino adquirir importancia, tener de qué presumir y, en no pocos casos, mejorar económicamente.

“El presidente me pidió…”, alardean. Aun suponiendo que sea verdad, la vocación de servicio escasea, por no decir que no existe.

No, no soy contraria al gobierno. Aunque me siento satisfecha por el logro de no tener el PLD ni sus derivados gobernando, me preocupa que esta sociedad esté tan descuidada que llegamos al extremo de que las madres maten a sus hijas. Tres en una semana. Y el maravilloso mundo de las redes – incluyéndome - discutiendo sobre la vestimenta del rey de España en la toma de posesión.

Por las buenas o por las malas, es urgentísimo ocuparse de que tanto los gobernantes como los gobernados tomen conciencia de sus roles. Estos niveles de violencia guardan relación, pero no son normales. Espanto aparte,  existe el riesgo de que se conviertan en modelo a seguir, como se han convertido tantos otros males sociales, políticos, morales y económicos. 







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