Socialmente invisibles

La invisibilidad social es una forma brutal de la ya de por sí brutal violencia. Nos hace vulnerables, dependientes, inferiores, marginalizados, casi dejamos de pertenecer al género humano.

Si sólo se tratara de que decidimos recogernos, por ejemplo, en razón de la edad, hasta podría considerarse una ventaja: podríamos ir al mercado en piyama, no volver a peinarnos nunca más, en fin, disfrutar de la paz que proporciona no ser reconocido, no correr el riesgo de ser abordado, ni siquiera saludado en ninguna parte.

El problema es que se trata de la peor exclusión en la que se pueda vivir. Nos convierten en nadie, en nada, no solamente por nuestra edad, o por nuestro estilo de vida, sino también - y principalmente - por no comulgar y en algún momento habernos atrevido a enfrentar el sistema que pretende dirigir nuestras vidas.

Somos ese estorbo que hay que quitar del medio para que aquellos a quienes hemos permitido o no hemos logrado impedir que nos arrebaten todo no tengan ni que recordar a quienes han jodido la vida para disponer de ese patrimonio nuestro que es el Estado, el territorio nacional con todo lo que produce, y las normas que deberían regirlo.

Hay personas que se hacen socialmente invisibles debido a enfermedades, casi siempre mentales. Sin embargo, en nuestro caso se trata de la más abyecta exclusión. Nada condena más a la invisibilidad que la pobreza, es decir, las privaciones, la dotación inadecuada, no solamente de dinero, de bienes, sino también de auto-estima, de participación en el tiempo y el espacio de una sociedad abrumadoramente jerarquizada.

La invisibilidad social es el camino más corto hacia el aislamiento emocional que daña, aleja, inhibe, cohíbe, frustra, hace sufrir, aísla, impide vivir a plenitud, todo lo contrario a lo que se procura en la lucha por la inclusión, por la transformación social. Puede no parecer preocupante, pero es alarmante. Cuando nos desconectemos emocionalmente de nuestro entorno, la sociedad, lejos de transformarse, desaparecerá.

Entonces, el momento manda consolidar los vínculos interpersonales, reforzar los círculos de amistad, las redes de solidaridad, de modo que podamos recurrir unos a otros para enfrentar esta crisis, no que se avecina, sino que ha entrado en nuestras vidas sin tocar la puerta. 


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