Procesando mi duelo

París, 1973. - "Hatuey, ¿es verdad que don Juan se va del PRD?" - "Sí, por eso me voy a Santo Domingo ahora." -"¿Te vas con él?" - "No, me quedo con Peña." - "Bueno, Hatuey, mi compromiso es con don Juan, ya sabes. Espero que Albert (Giraldi) y Frank (JFPG) lo entiendan."

(Total, en el PLD me asquerosearon de todas las formas imaginables e inimaginables, lo que aguanté hasta 1982 siempre en nombre de aquella amistad de infancia entre don Juan y mi abuela, y de las esporádicas invitaciones que él me hacía, especialmente a comer patitas de cerdo a la francesa en su casa, junto a su hija menor y su esposa, donde hablábamos de todo lo que no se podía conversar con ninguno de ellos, hoy en el poder. 

Nunca olvidaré aquel comedor, con un mapa de las Antillas pintado en la pared y una mesa redonda de hierro pintada de verde, con tres sillas de hierro igualmente verdes y una silla presidencial de caoba, donde, por supuesto, se sentaba don Juan. Y todos y cada uno de ésos que hoy rigen nuestro azar, entrando a cada rato a dar cuentas de un mandado o a preguntar algo, no pocas veces, cogiendo un buen boche por interrumpir el almuerzo, o por inútiles en el cumplimiento de alguna encomienda pendeja.)

No solamente por los tantos años que han pasado desde 1973, sino por lo que ha sido nuestra historia desde entonces, había olvidado esa conversación, que fue mucho más larga y muy triste. Hace más de 40 años. Éramos adultos jóvenes, egresados de la universidad, haciendo postgrados. Y amigos desde mucho antes.

Heredamos la amistad de su padre y de mi madre, "criados juntos" en La Vega. Fue todo muy fácil entre nosotros, hasta pelear. ¡Cuánto nos divertimos! En la UASD, en Madrid, en París, en el Carimar, en el Cruce de Pavón... ¡Cuántas bellaquerías compartidas! Nos tratábamos de "mi querida Cosette" y "Hatuey querido".

A pesar de que, efectivamente, Hatuey se quedó con Peña, fíjense en el parecido de su trayectoria con la de don Juan: los dos prefirieron el apego a sus respectivas posiciones políticas a tener partidos grandes e incluso alcanzar el poder.

La grey peledeísta se convirtió en manada y se desató a negociar con su propio verdugo cuando el pastor perdió el control debido a esa enfermedad que a veces le impedía hasta saber quién era él. Cierto es que no se puede decir menos de los perredeístas a partir de la muerte de Peña, y peor desde la salida de Hatuey. Ahí están, todos juntos, sin principios y, si los dejamos, sin final.

Como todos los que se trataron con Hatuey, mi anecdotario es largo y variado. Pero les agradezco su atención a éste, que responde a una necesidad del momento, de este día, a ver si llego más descargada a enfrentar la realidad de este aciago día.

Sí, porque cuando pienso de ¡Vincho está vivo! ¡Qué rabia!



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