En Villa Francisca

Ayer, tenprano en la mañana, pasé algo más de dos horas sentada en un banco en el Parque Enriquillo. ¡Qué experiencia!
Quien no entienda el concepto de desorden organizado, sólo tiene que sentarse a observar lo bien que funciona aquel caos., lo rigurosamente definidos que están esos espacios de nadie, el respeto por los oficios y los milímetros de operación de cada usuario, en fin, que me sentía en medio (y al mismo tiempo fuera) de una película, en una de esas secuencias de escenas rápidas que sirven para indicar el paso del tiempo..
Es una dinámica muy especial. Cada uno concentrado en lo suyo, aparentando no notar nada ni a nadie en el entorno, pero, en realidad, llevando todos los cartones. Y en medio de aquella masa, el cuerpo extraño era yo.
Por ahí circula muchísima gente, imagínense, pero nadie que no sea de por ahí va a sentarse horas muertas en ese parque, al que deberíamos ir con más frecuencia para empaparnos mejor de la realidad real.
Aunque nadie me estaba esperando (por el contrario, yo esperaba a alguien), todos aquellos mercaderes de alguna manera pusieron sus esperanzas en mí, en que les compraría algo. Digamos que, sin mirarme, me veían y estaban pendientes de mis escasos movimientos.
Lo mismo parecían sentir los que no venden nada, pero piden, y los demasiados predicadores de la Palabra creían haberse sacado el premio con un par de oídos nuevos para sus sermones.
Los empleados de limpieza (sí, porque barren hasta la última hojita que cae de los árboles), y más de uno de los vagos que pasan la vida sentados en esos bancos, al igual que las haitianas que venden golosinas y el residente de un segundo piso frente al parque y lavaba su ropa en el balcón, me miraban con recelo.
No sé cuántos limpiabotas me abordaron, ni conté los ciudadanos que vinieron a darme cátedras sobre el consumo de cigarrillos.
Los policías del destacamento parecían de lo más desentendidos, pero no había dudas de que no pierden ni pie ni pisada a todo lo que se mueve.
Oh, Pero hasta los perros callejeros son absolutamente predecibles, están organizados en el desorden.
Me comí una empanada de pollo mortal con un vasito de café muy bueno por la suma de 25 pesos y el tipo tenía cara de que me estaba engañando.
Lo más sorprendente para mí fue lo bien que se entrecruzan los vehículos, casi todos de transporte público urbano e interurbano. Parecen un tejido muy rebuscado, y ni se rozan. Están bien ensayados.
A pesar de la naturalidad de todo aquel movimiento, sentí que todo el mundo andaba como Tarzán, con el cuchillo en la boca, no solamente buscándosela, sino a una extraña defensiva que en cualquier momento podría transformarse en agresión, en violencia. Pero no me hagan caso. Deben ser cosas mías, propias de la edad y del tanto tiempo que no me acercaba por ahí.

Comentarios

galeanogis@gmail.com ha dicho que…
Cosette, cuanto he gozado este articulo. Esta genial, genial y genial.

La proxima vez que te aventures , avisame por favor, que te acompano. Ahhhhh y la empanada y el cafesito vaan!
Gisela

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