Separaciones

Ayer fue día de una separación. Una más en mi vida. Me separé de una perra que llevaba siete años conmigo, es decir, todo los años que ha vivido hasta ahora, y también de una cachorra de nueve meses, de los cuales llevaba seis en mi casa, pero que se hizo sentir, y de qué manera.

Más de un/a allegado/a, más de un contacto, ha hecho comentarios que, intencionados o no, sugieren que debo sentirme culpable por haberlas excluido de mi vida. Y tengo a bien informarles que esas dos perras fueron inmensamente felices en mi casa, estuvieron siempre muy bien atendidas, dentro de mis cánones, no de la variedad de cánones ajenos, y sólo yo sé los sacrificios y esfuerzos que hicimos, cuánto prolongamos la permanencia en esta casa, en este entorno desagradable y agresivo, porque no encontrábamos una vivienda adecuada en la que cupiéramos todos y que, por supuesto, pudiéramos pagar.

Antes de seguir, quiero que conste que no estoy dando explicaciones a nadie. Más bien, estoy haciendo una catarsis.

Por un lado, las separaciones son parte de la vida, casi de la cotidianidad. Todo el mundo se separa de personas, animales, plantas, lugares y objetos que son, han sido y seguirán siendo significativos en sus vidas. La gente se independiza de sus padres o tutores, termina amores, sean gélidos o tórridos, se divorcia, enviuda, se separa de sus hijos e hijas, se ve cíclicamente inclinada u obligada a deshacerse de seres animados e inanimados de valor, cuando menos, emocional.

Tengo la tranquilidad de que prolongué una situación desesperante hasta que tuve la seguridad de haber encontrado un lugar adecuado para mis dos perras para tener yo la capacidad de disfrutar de la suerte de haber encontrado un lugar donde mudarme que, aunque vale muchísimo más, me lo cedieron por lo mismo que pago aquí y me coloca de nuevo en mi radio de acción.

Se trata de un apartamento de tres niveles, precioso, que pondría en peligro la vida de la perra más vieja, dado que es ciega y nunca ha subido ni bajado escaleras, es decir, que podría caerse, fracturarse, y sufrir mucho, porque es enorme, pesada, y carezco de fuerzas físicas para lidiar con una situación así. La otra, con todos sus bríos y su espíritu juguetón, podría tumbarme, y ahí sí es verdad que se pone agria la piña, porque yo peso el doble que la perra grande y paso el día sola en casa.

Aparte de eso, ladran durísimo, lo que puede molestar mucho a los vecinos, que  normalmente se quejan por mucho menos que eso. Y, al no tener patio, yo tendría que pasarme la vida sacando las perras a pasear. Teniendo en cuenta que me quedo con la pug, el chihuahua, la gata y el gato, me faltarían horas del día solamente para atender mis animales.

No. A capa y espada, les di una buena vida. Y les procuré una vida mejor, juntas las dos, en un terreno grande y llano donde pueden caminar y correr sin peligro y donde estarán bien atendidas en términos de su alimentación, su higiene y su salud, aparte de que puedo ir a verlas de vez en cuando porque tampoco es en Australia.

Una cosa es el amor a los animales y otra, muy diferente, el fanatismo al respecto. Yo quedo muy agradecida de mis dos perras, al igual que de otros perros y perras que he tenido, porque me han acompañado, me han protegido, me han proporcionado ratos de gran diversión y me han hecho sentir útil a una pequeña porción de la naturaleza. Y satisfecha de mí misma porque luché hasta el final por no separarme de ellas, pero cuando fue inevitable, me ocupé de colocarlas bien. No acepto inducción a la culpa.

Si algo pretendo que entiendan es que estos episodios también son parte de los efectos, estragos más bien, de la pobreza económica, social y  moral a la que nos ha empujado el maldito gobierno morado, corrupto e impune.

Gracias por permitirme compartir este desahogo. Feliz domingo.

Comentarios

cibercosette ha dicho que…
Ne escribe una amiga por correo electrónico:

Bien hecho. De quien no puede uno separarse es de uno mismo, y hasta para eso tiene uno a veces razones que sólo entiendo el alma.

Abrazos y los mejores augurios en tu nuevo hogar. La vida sigue, sonríele.
Piera Banks ha dicho que…
Lo que se siente ante una decisión semejante, es demasiado íntimo, solo tú sabes cuánto duele y cuánto ha costado. Te acompaño a verlas cuando te sientas en condiciones de hacerlo. No permitas que alguien te lastime con su juicio. Abrazos.
galeanogis@gmail.com ha dicho que…


Cosette, amiga mia, cuanto te comprendo, porque hace muchos anos, yo tuve que hacer eso mismo con mis dos golden retrevier. Nos fuimos a vivir fuera del pais y era imposible llevarlos y como tu, encontre a quien dejarselos, a Hatuy Decamps, donde murieron de vejez de lo bien atendidos que estuvieron y del amor y cuido que le dieron. Un abrazo para ti, y como dice la cancion....que murmuren .
Gisela

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