No a la caridad

Ayer tarde, mientras esperaba mi turno para una consulta médica, se sentó cerca de mí una señora y, muy cortésmente, me preguntó si yo le permitía entrar un instante al consultorio cuando saliera la paciente que estaba dentro, que sería muy breve, y me contó que esa doctora le daba una ayuda periódica para su niña de cinco años que padecía de cáncer, la habían operado y le estaban dando quimioterapia.

Me dijo que la niña estaba interna en el Oncológico Heriberto Pieter, que la quimioterapia costaba algo más de 100 mil pesos cada vez, que el papá de la niña las había abandonado desde que le detectaron la enfermedad y que ya ella había recaudado 40 mil pesos, pero evidentemente, le faltaba bstante para los más de 100 mil. 

Me mostró un bono como el que aparece más abajo. Le dije que no podía darle 500 pesos, de hecho, solo podía desprenderme de $80, y se los di, pero le prometí tocar la puerta de una voluntaria del Oncológico que conozco, a ver si la incluía en el renglón de las donaciones.

Más personas de las que esperaban por otros médicos en ese pasillo le dieron lo que pudieron, incluyendo 500 y mil pesos. La señora me dio un número de teléfono para que le avisara el resultado de mi diligencia. Cuando entré al consultorio, ella ya estaba adentro y como que no me pareció que la doctora la conociera, pero no dije nada. 

La doctora instruyó a su secretaria que le diera mil pesos, y la doña se fue con una buena colecta. Debe haber recogido más de 3 mil pesos en menos de media hora. Y ése era solo uno de los varios pasillos de espera de esa clínica, que ni tantos pacientes había, ya que hay pocos médicos dando consulta.

Cuando llegué a mi casa, inmediatamente envié una nota de voz a mi amiga voluntaria en el Oncológico, y una foto del bono que la señora me dio, así como el número de teléfono que me anotó en el reverso del bono: 809-653-8223. Y no se entiende el nombre que escribió como suyo.

Mi amiga me dijo que si esa niña estaba interna allá, al igual que el resto de los pacientes, no tenía que pagar medicamentos ni terapias, pero que iba a preguntar a la trabajadora social. Poco tiempo después me informó que en el Oncológico no había ninguna paciente de ninguna edad que respondiera a ese nombre.

Cuando marqué el número de la doña, no respondió. La llamé de diferentes celulares. Ni una vez respondió. No tenía whatsapp como para dejarle una nota de voz.

Inmediatamente, le conté todo a la doctora y ahí supe que ella no había visto a esa señora nunca antes, que entró y le dijo que yo la conocía y que yo siempre la ayudaba, que nos encontramos ahí y que yo le dije que no se fuera, a ver si la doctora le daba algo.

Eso es lo que se llama un tigueraje pasao. Por ese tipo de cosas es que nos endurecemos. Pero la realidad es que la caridad no es sana ni para el sujeto ni para el objeto.

Todos los días sale un pendejo a la calle. Ayer en la tarde, salimos varias. Y yo quisiera encontrarme con esa mujer de nuevo, solo para darle una cortá de ojos que sangre.


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