Los agotadores mecánicos
Hace unos años, más que harta, no solo del chorro de dinero, sino de los malos ratos y del irrecuperable tiempo perdido por los inefables mecánicos, nos deshicimos de nuestros dos carros viejos y, con mucho esfuerzo y sacrificios, compramos un carrito cero kilómetros, que no diera carpeta y que tuviera garantía.
En realidad, el carrito ha dado poca carpeta. Pero hace
un ruido relacionado con el aire acondicionado. En la casa nos dijeron que ese
aire no era de fábrica y que la garantía del suplidor ya había expirado.
Nos dijeron que había que cambiar una correa y un
rodamiento que ellos no tenían y nos remitieron a un taller que ellos mismos
tienen, al que me dirigí, pero no acepté el diagnóstico completamente diferente,
que no era correa y rodamiento, sino el compresor, lo cual me provocó dudas y
suspicacia, no hablemos del espanto que me causó el precio.
Ya casi le toca el mantenimiento de nuevo y queríamos
llevar ese problema resuelto, así que decidí llevarlo al que fuera el taller
más grande de aire acondicionado que había en esta ciudad, Auto Aire Jiménez,
que ahora se llama Jiménez Báez, en Los Platanitos.
Antes de ir hasta allá, supe que ahora están en tres
puntos diferentes de la ciudad, y pensé que estaban operando como una
franquicia, poniéndose cerca de los clientes, como las comidas rápidas, las
farmacias y otros negocios.
Me dieron el mismo diagnóstico que en el taller al que
nos mandaron aquella vez, que era el compresor y, por supuesto, el condensador,
así que pensé que el equivocado era el del mantenimiento. En cambio, el
presupuesto era algo menos de la mitad del que nos dieron en ese primer taller
(y como quiera era mucho dinero, pero nos resignamos; el aire acondicionado también
es una herramienta de seguridad).
Acepté, dejé el carro y me fui a pasillar a un centro
comercial no muy lejano. Eran las 10 de la mañana. Me dijeron que estaría listo
en dos horas, llamé tres horas después, me dijeron que faltaba una hora y, como
vi el taponazo que había en la calle, decidí irme hacia allá. Tuve que esperar
casi tres horas más para que me entregaran el carro.
No muy lejos, me di cuenta de que tenía el ruido y que
enfriaba menos, pero ya no podía y, francamente, no quería devolverme. Tres
días después, tempranito en la mañana, me presenté. Revisaron, me dijeron que
era un pedazo de plástico que se había quedado pegado, que ya estaba listo.
Me monto, prendo, y sigue sonando igualito. Revisan, y
no me lo van a creer: me salieron con que era ¡un rodamiento! Lo mismísimo que ellos
descartaron en primera instancia. Y cuando me regué, vinieron a decirme
olímpicamente que era el compresor.
Luego apareció el dueño, cristiano al fin me dio el
sermón de la montaña, se ocupó personalmente del caso, y me propuso que
fuéramos al taller de uno de sus hermanos para encaramar el carro, verlo bien
por debajo y quedar tranquilo.
Allá fuimos, lo encaramó, lo revisó y lo bajó,
diciendo que había que cambiar ese compresor, que ése no era el que llevaba y
que el trabajo duraría dos horas más, a partir del momento en que llegara el
compresor, para lo cual, había que regresar a su taller.
Yo estaba drenada. Quedamos para hoy sábado en la
mañana.
¡Ja! En la noche, me llamó una vecina, que el carro tenía
las luces prendidas. Extrañamente, solo las de atrás. Les cuento que no hubo
forma de apagarlas. Tuvimos que desconectar la batería.
Hoy, mi hija está en el taller desde las 9 de la
mañana. Cuando llegó, la misma película, que era un pedazo de plástico, que estaba
listo. El ruido, igualito. Entonces, que era el condensador. Mandaron un
mensajero a buscar el condensador correcto que debieron tenerlo ahí desde el día
anterior. El mensajero fue detenido por un agente de tránsito, y tuvieron que
mandar otro.
A pesar de que pedí a un guardia amigo que se
presentara en el lugar y, en vez de una, fue dos veces “de parte del general”, son
las tres y media de la tarde y estamos como el primer día y peor, con $32,500
pesos abajo, un disgusto inmenso y un tiempo loco perdido.
Todavía está el tal Abraham Jiménez Báez como un pavo
real diciendo que, si tiene que devolver el dinero, lo devuelve; alardeando de
su prestigio, del nombre de su papá - fundador el taller hace añales, el pastor
Diógenes Jiménez - y de su selecta y abundante clientela. Pero el aire
acondicionado sigue con el mismísimo ruido.
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