Historias de emigrantes 2

Hace como 30 años, "Daisy" tenía un puesto de verduras en un mercado de Santo Domingo. "Cuando lo cuaito valían", entregó casi 30 mil pesos a un ciudadano para que la llevara a una isla del Caribe francés. Llegado el día, la escala del vuelo programada para otra isla francesa no pudo tener lugar por una determinada situación en ese aeropuerto, de modo que la escala tuvo que ser aquí en Antigua.

Por el tiempo de espera, los pasajeros tuvieron que bajar del avión y pasar por un proceso migratorio para tener acceso a la sala de espera de los pasajeros en tránsito sin visa. Cuando le llegó el turno a Daisy, que no hablaba nada de inglés, le hicieron una pregunta que, por supuesto, ella no entendió, a la que respondió "yes" y, en vez de pasarla a la sala de espera, le dieron entrada a Antigua.

Los demás, que habrían estado de lo más dispuestos a quedarse aqui, (total, lo que querían era salir de RD y ya habían salido), le vocearon que saliera rápido del aeropuerto antes de que las autoridades de Migración se dieran cuenta del error, que cogiera un taxi y se fuera a la ciudad.

Ella lo hizo. Cuando el taxista se percató de que la mujer no hablaba ni entendía inglés, mucho menos sabía hacia donde iba, fue directamente al centro de la ciudad, buscó a un dominicano que conocía, quien le sirvió de intérprete y, una vez enterado del caso, le indicó al taxista que la llevara a un lugar cercano donde (todavía) alquilan habitaciones.

Ahí pasó Daisy la noche. Al día siguiente, alcanzó a ver desde su ventana a una señora vendiendo frutas y víveres en la acera de enfrente. Bajó, y tal como sospechaba, la señora también era dominicana. Hicieron amistad rápidamente y, cuando ya Daisy tenía casi un mes en esa habitación y su dinerito se acababa, la vendedora le consiguió un empleo de limpieza en una casa de familia rica.

La dueña de la casa quería emplear a alguien que además de limpiar bien, hablara inglés. En inglés le explicó todo y la mujer, sin perder tiempo, le puso la casa que brillaba. Yes a todo.

Resulta que Daisy apenas veía a sus vecinos cuando regresaban del trabajo, por lo que todo lo que escuchaba de ellos era "good night, mam". O sea, que cuando fue a trabajar al segundo día, a las 7:30 de la mañana, se despachó con ese "good night, mam" para saludar a su empleadora, quien, una vez asimilado el impacto, terminó restando importancia al requisito del idioma por lo reluciente que Daisy le puso la casa. Y así pasó un año.

Con el pequeño ahorro de ese año y gracias a las pocas relaciones que había hecho hasta entonces, logró ¡poner un puesto de verduras en el mercado! ¡Lo mismísimo que tenía en Santo Domingo! Y ahí lleva veinte y pico de años, sigue sin hablar inglés, pero ya tiene casa propia, más otra casita en el mismo solar, que alquila. Ya es ciudadana antiguana, visita a su familia en RD periódicamente, y vive satisfecha y feliz.

Daisy tuvo suerte de encontrar compatriotas solidarios, principalmente el dominicano que orientó al taxista que la sacó del aeropuerto y la vendedora de la acera de enfrente, ambos de un día para otro, acabando ella de llegar a un destino diferente, no necesariamente equivocado. 

Pero no todas las historias son así. Ya iremos compartiendo otras.






Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy interesante historia y experiencia. Me gustó mucho. Gracias
Unknown ha dicho que…
Una linda historia, que bueno saber que todo salió bien.

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