Espíritu de colectividad

Ya no recuerdo a partir de qué momento las familias dejaron de tener un solo televisor en la sala para ver juntos los programas de su preferencia, dentro de un menú limitado, pero por lo general de horarios programados adecuadamente para todas las edades. Ahora, un televisor por dormitorio sólo es suficiente si ese cuarto es para una sola persona. También las familias dejaron de usar el mismo baño para todos. Durante muchos años se construyeron las viviendas con un baño para la habitación principal o matrimonial y otro para los hijos y las hijas. Ahora se tiende a construir un baño para cada dormitorio, más un baño para las visitas. Cada vez son menos las familias con un solo medio de transporte. Todos los que pueden, disponen de un vehículo por miembro de la familia. El feliz hábito de comer juntos en la mesa es historia. Y así, se han ido diluyendo las actividades que solían hacerse en familia. En esa misma o mayor medida, tampoco se hace gran vida con los vecinos. Todo lo anterior, para que nos demos cuenta de que el espíritu de colectividad empezó a desaparecer desde las entrañas mismas del todavía llamado núcleo de la sociedad: la familia, y desde su entorno inmediato, el lugar donde se ejerce la ciudadanía de base: el barrio. Nos hemos vuelto egocéntricos (centrados en nosotros mismos) y, no pocos de nosotros, rechazamos cualquier rol que la vida nos presente, si no es el protagónico. Así no hay la más remota posibilidad de hacer causa común con nada. Aun sabiendo qué males nos afectan, cómo nos afectan y, muchas veces, qué debemos hacer para que no nos sigan afectando, no nos ponemos de acuerdo por razones tan pueriles como que todos y cada uno de los afectados o de los dispuestos a procurar la solución exige ser el protagonista de la película o, sin hacer absolutamente nada, se la pasa objetando u obstaculizando la vía de solución. Estamos en campaña para sacar el PLD del poder. Lo único que importa es eso: sacarlos. Tenemos un candidato que ha calado en la intención del voto de una gran porción de los votantes hábiles que no están organizados en ningún partido, o en un partido diferente al que lo proclamó como candidato. ¿Será posible, entonces, que desde las entrañas mismas del partido que presenta oficialmente esa candidatura, vengan las mayores disociaciones, por pendejadas? ¿Quiere cada dirigente perredeísta “un televisor en su cuarto, porque no le gustan los programas que ven los demás miembros de su familia”? ¿No tienen espíritu de colectividad?

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