Reconocimiento mundial

El alcance al cual los gobernantes peledeístas cuentan con la ignorancia de este pueblo no tiene límites. Insisten, como todo necio que se respete, en convencernos de que nos han puesto en el mapa, debido a los escandalosamente numerosos viajes sibaritas de Leonel y sus funcionarios, sin detenerse a mirar los baldones que, gracias a ellos, hemos obtenido. Son de colección. Tanto alardear de progreso (sin desarrollo), de crecimiento económico (de sus finanzas personales), de esto y de lo otro, y en todas las mediciones negativas que se hacen en la bolita del mundo, estamos “alante, alante”. La más reciente incluye nuestra capital en el “top ten” de las ciudades inseguras. Los evaluadores no llegaron a la misógina ciudad corazón. Así nos han puesto la vida: sin oportunidades, sin derechos civiles (que no sea el de la muerte civil obligada), arrinconados, amontonados, en arresto domiciliario. Y pretenden convencernos que no merecemos más de ahí por el hecho de no rendir suficiente pleitesía, de no alimentar satisfactoriamente el ego de quien se la ha pasado conociendo el mundo en todo su esplendor con dinero nuestro para ponernos en esas execrables listas de lo peor de lo peor, y hacernos quedar como un pueblo que acepta ser gobernado por alguien con ínfulas de rey – de esos reyes auto-coronados en países extremadamente pobres e ignorantes – y que alardea de que gobernantes, jerarcas y monarcas blancos/as y rubios/as de países ricos coinciden con él en opiniones que se caen de la mata, contando con esa prensa “libre” que, gracias a “su” “tolerancia”, le hace el juego. Ahora, condescendientemente, ha decidido embullarse dándose unos bañitos de pueblo, dejándose ver de cerca por los más desposeídos, los más agredidos por el sistema, creyendo que a estas alturas del campeonato van a confiar en sus palabras, que no van a percibir el mensaje de su lenguaje corporal, que no se van a ofender por el exceso de seguridad alrededor de una sola persona, cuando el país entero está tan desprotegido ante el vertiginoso crecimiento de la violencia económica, doméstica, callejera y oficial, y esperando inútilmente lo único que le interesa: que lo idolatren. Es demasiada negación, demasiado no querer enterarse de la percepción generalizada de algunos rasgos indiscutibles de su personalidad y de su conducta. El daño que han hecho él y su gobierno a esta sociedad es irrecuperable. El ridículo mundial, irreversible. No tienen perdón de Dios, mucho menos de nosotros. Así cree Danilo…

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