No somos blancas palomas
O, quizás sí, en caso de que tengan razón quienes dicen que las palomas no
son tan inocuas como siempre hemos pensado. Miren lo que costó salir de Trujillo y todavía hay que soportar a alguna gente
añorándolo. Es demasiada inconsciencia.
Con toda la alharaca suscitada por el interminable affaire con los
haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana, ha quedado más clara que nunca
la facilidad con la que nos sumamos a esos “vamualpueblo”, la forma tan
increíble en la que nos dejamos masificar, terminar apoyando las causas de
quienes nos esclavizan, aplaudiendo los circos que nos distraen de lo que
realmente nos interesa o debería interesarnos.
Todo el mundo dispuesto a dejarse matar para defender una soberanía cuyo
peligro real no está en esa situación con los haitianos y los dominicanos de
ascendencia haitiana, sino en el volumen de un endeudamiento que nos tomará
varias generaciones amortizar y saldar, para mantener la dolce vita morada,
reelección incluida.
Disculpen la vulgaridad, pero nos comportamos como cueros manteniendo
chulos. Y, conste, siento un profundo respeto, diría que reverencia, por las
trabajadores sexuales, no así por sus explotadores. Si algo nos diferencia, o
debería diferenciarnos, es el grado de sometimiento. Pero resulta que lucimos
encantados de la vida trabajando o no, de todas formas malpasando y haciendo
malpasar a nuestros dependientes, mientras nuestros verdugos – que no acabamos
de ver como tales - nos restriegan en la cara el bienestar que disfrutan con lo
que nos arrebatan.
Lejos de sentirnos culpables, nos hemos pasado la vida buscando y señalando
causantes de todas nuestras desgracias, como si no tuviéramos responsabilidad
en nada de lo que nos ocurre, siempre en posición de “nos hicieron”, “nos están
haciendo” o “nos van a hacer” (maldades de las que, absolutamente todas las
veces, hemos sido cómplices por acción u omisión).
Nos declaramos impotentes ante las adversidades con una naturalidad
espantosa. No maduramos, ni en lo personal, ni en lo social, mucho menos en lo
político. Está demostrado históricamente. Como se suele decir, “no cogemos
juicio”. Y por eso, a los “malos de la película” se le dan tan bien todos sus
planes. Saben de qué pata cojeamos. Nos encanta quejarnos, pero no nos
molestamos en actuar para resolver.
Si no hacemos, más pronto que inmediatamente, un acto de conciencia
ciudadana, no tendremos fuerza moral para nada, ni siquiera nos lucirá ponernos
las manos en la cabeza, porque esto es guerra avisada con mucha, pero mucha,
antelación.
La más extraña de nuestras características es la rapidez con la que descartamos
las posibles soluciones. De una vez les encontramos defectos, imperfecciones, y
salimos con cuchumil propuestas diferentes, como si no hubiera prisa por
resolver lo inminente. Eso va desde tapar un hoyito en la pared hasta elegir
gobernantes.
Organicemos nuestros pensamientos. Tomemos posición definida sobre los
asuntos nacionales. Determinemos cómo queremos que el país, que nos pertenece,
funcione. Y soltemos la pesada maleta de nuestro pasado, porque con esa carga
no se puede vivir el presente ni forjar un futuro.
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