Ante el Parlacén



Hace unos días, el Parlamento Centroamericano, como es su costumbre, sesionó en uno de los países miembros, esta vez, otra vez, en la República Dominicana. En una de sus actividades, el tema era el género. El PRM fue invitado, en su Frente Femenino, pero no tuvo un turno para exponer, lo cual, además de extraño, es lamentable, ya que la ocasión era propicia para dar a conocer a ese foro internacional y a la prensa asistente las verdaderas condiciones de vida de las mujeres dominicanas, que no tienen nada que ver con lo expuesto por la vice-presidenta de la república.

Se imponía pedir un turno, exigirlo, ya que, según me cuentan, Margarita llegó al extremo de decir públicamente que las mujeres dominicanas ya no tienen anemia, un mal endémico en el país, que lo tienen hasta las que comen adecuadamente, “cuantimá” las que comen mal o prácticamente no comen. Y no apareció quien la rebatiera, quien le “pelara el plátano” ante la misma audiencia que ella se dio el lujo de soltar un embuste de ese tamaño, que supongo no fue el único.

Del PLD para acá, las mujeres dominicanas están viviendo en condiciones mucho peores que antes. Todos los males que las afectaban antes del PLD han empeorado: ese programa tan cacareado que se llama Solidaridad, debe llamarse Caridad. La solidaridad es la base del progreso y sus beneficiarias no han progresado. Por el contrario, son esclavas de la caridad gubernamental que, a cambio de esas limosnas, asesinas de la dignidad, las esclavizan al silencio, a la complicidad en su propia contra, aseguran su permanencia en la pobreza, el atraso, y comprometen su voto por el miedo a perder esas humillantes ayudas y a no conseguir las que permanentemente les ofrecen y con seguridad llegan en tiempos de campaña.

Las pobres mujeres pobres de nuestro país siguen viviendo en la inseguridad, en la violencia, en el desamparo estatal, ahora maquillado con esa execrable caridad de las tarjetas que ellas, por sus niveles de necesidad y por su incapacidad de discernimiento, no sólo aceptan y usan, sino que temen perderlas. Eso es un abuso incalificable, que se eleva a la n potencia cuando viene de las manos de una mujer, en este caso, la vicepresidenta.

A pesar de todos esos subsidios, el desamparo estatal es peor que nunca en estos días. Estamos como los perros amarrados a los que no les falta su chin de agua (sucia) ni su mínimo de comida (sobras), pero siempre muy infelices y extremadamente vulnerables.

No podemos seguir siendo cómplices pasivos de todas las bellaquerías moradas, que no tienen límites. Y si queremos demostrar que somos una opción de poder, necesitando como necesitamos esos votos, tenemos la obligación de aprovechar todos los escenarios para desmontar los mitos gubernamentales y exponer cómo se hacen, y haremos, las cosas de manera correcta, dirigidas a que las mujeres logren su independencia económica, su autonomía, que es lo único que las sacará de la situación aplastante en que viven.

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