La vía pública



Pocos aspectos de nuestra vida nacional han causado más desgracias que el uso del suelo, las áreas verdes, los espacios comunes y las vías públicas. Detalles tan simples como el irrespeto a los estacionamientos asignados han causado muertes violentas, muchas veces de parte del infractor al infringido.

La cantidad de iglesias construidas en las áreas verdes de los residenciales es alarmante. La cantidad de “anexos” construidos en los espacios comunes de los edificios de apartamentos es alucinante. En los residenciales de casas, no hay manera de cuantificar las construcciones usando las paredes de los linderos, incluyendo ventanas que dan a los patios vecinos.

Llama la atención de manera especial que en demasiadas ocasiones se trata de ciudadanos que han pasado su vida en el extranjero, en la civilización, donde se supone que aprenden a respetar las leyes y aparentemente las respetaron, pero allá. Tan pronto regresan al país y se hacen de una propiedad, se sienten tan poderosos que no hay ley que los alcance, y no es solamente en su imaginación.

Ahora, con esta necesidad real de medidas de seguridad, son muchos los residenciales que han instalado garitas y brazos mecánicos con sus respectivos operarios que desarrollan a gran velocidad un ejercicio de poder sencillamente atropellante.

Se da el caso de funcionarios y ex funcionarios que se permiten impedir el paso en vías públicas porque les molesta que los vehículos pasen a determinadas horas por el frente de sus casas, así como el de funcionarios y ex funcionarios que, teniendo espacio para dos vehículos, tienen cuatro y cinco, y ¡a joder a los vecinos se ha dicho!

Muchos, no conformes, se atreven a bloquear la vía pública con esas horrorosas latas de pintura llenas de cemento con un tubo incrustado, para impedir que se estacionen frente a sus casas y no carecen de un esclavo que las quita cuando el vehículo a estacionar es de un visitante propio.

Así, pretendemos que los incalificables servidores de un transporte público que el gobierno no proporciona a sus gobernados que, por cierto, son los proveedores inconsultos e involuntarios de su insospechado bienestar, respeten las leyes de tránsito, las normas de convivencia y demás detalles que harían la vida llevadera.
Hay que saber a lo que se atreve un chofer de funcionario o ex funcionario, que si se trata de un guardaespaldas, se paran todas las aguas. Es demasiada hostilidad, demasiada generación de agresividad, de odio. 

Nuestra capacidad de aguante no tiene límites. Aprendimos que es eso o pasarnos la vida buscando dónde querellarnos para, de todas formas, permanecer tan indefensos como antes del peregrinaje, sólo que mucho más cansados.

Nos acostumbramos a ser abusados. Nuestra esperanza es que nos llegue un turno para también abusar y sentirnos en igualdad, tal como sucede en las familias: hijo abusado sale padre abusador; hija abusada, sale madre abusadora. La cadena de maltratos y abusos salió de las casas, inundó los barrios, la ciudad y el país. Se convirtió en nuestro sistema operativo. Y parecemos disfrutarlo.

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