Seres inferiores
Ante la muerte de Lucy, una
perra sharpei atigrada que se presentó moribunda a la puerta de mi casa y logramos prolongarle la vida – y hacerla
feliz - por cuatro años, me he puesto a pensar en ese concepto que nos han
inoculado de que los animales son seres inferiores. He tenido y tengo tantos
animales, es tanto y tanto lo que puedo contar de todos y cada uno de ellos
que, cuando pienso en los valores que muestran sin que nadie se los inculque,
me convenzo más de que de ninguna manera pueden ser inferiores.
Pocos humanos son tan fieles,
tan nobles, tan agradecidos, tan honestos, tan sinceros, tan naturales, tan
espontáneos, como los animales. Eso sí, al igual o más que nuestros hijos, nos
dejan al descubierto en cuanto a la educación y el trato que les damos. Yo puedo
decir a boca llena que mis animales han sido y son felices. Quizás los de ahora
no sean tan educados como los de antes, porque ya estoy en edad de ser abuela,
no madre, entonces me he puesto demasiado permisiva para mi propio gusto.
Pero adonde pretendo llegar
con el tema de la inferioridad es al peledeísmo. La calificación de nuestros
gobernantes, de cada partido en sus respectivos turnos, oscila entre malos y
peores, pero los peledeístas no encajan en esa oscilación.
Los peledeístas han elevado a
la n potencia todos los males que nos afectan desde que existimos y, no
conformes, han demostrado una absoluta incapacidad de disfrutar la vida que,
inconsulta e involuntariamente, les proporcionamos a expensas de nuestra
inmolación que será heredada por nuestros descendientes hasta quién sabe qué
generación, sin maltratar a los proveedores de ese bienestar que no soñaron y
que, por supuesto, no merecen.
Eso sí que es ser inferior,
ínfimo más bien. Hay que ser muy poca cosa en la vida. Me recuerdan la escena
de un violador que le dijo a su víctima: “Disfruté mucho de tu dolor”. Esa necesidad
de no conformarse con el daño hecho, de no disfrutar por completo de su
perversión sin disminuir a los demás, reducirlos a nada; no limitarse a
cobrarnos impuestos para pagar sus cuentas, sino endeudarnos de manera
insaciable para realizar sus proyectos personales, encima quedarse con nuestro
tiempo, nuestros conocimientos, nuestra fuerza de trabajo y decirnos en
cualquier forma de expresión que no somos nada, que no valemos nada, francamente,
es demasiado.
Se esmeran, se vuelven
novedosos y creativos cuando saben que los abominamos, porque son abominables,
y que no le tememos, aunque son extremadamente temibles. Si les recordamos el
más insignificante pasaje de su más insignificante vida, ahí es que se ensañan
de verdad.
En la vida todo pasa, hasta
la ciruela pasa, y el PLD también va a pasar. Algo habrá que hacer. De lo
contrario, quien no logre irse del país, tendrá que suicidarse. Y ninguna de
las dos opciones es justa. Tienen que saber, de la peor forma, que esto no es
de ellos. ¡Son seres inferiores!
Comentarios