Wally, el labrador

Mi amiga Martha me enseñó la conveniencia de dar a los animales nombres que indiquen su edad, de manera que cuando ese cachorro llegó a mi casa en un momento en que toda la recalcitrancia dominicana, con el cardenal a la cabeza, estaba alborotada porque el presidente Obama nombró como su representante ante nuestro gobierno a un poderoso activista de la causa LGBT+, apodado Wally, así le puse a aquel entonces perrito, igualito al que sale en el anuncio del papel higiénico, pero que en pocos meses alcanzó un tamaño gigante.

Y así me vi con el más joven y el más grande de mis perros, acostumbrado a ser llamado el bebé de la casa y a que yo lo cargue para eso mismo, para decirle que él es mi bebé, lo que basta para que se desgonce con su enorme lengua afuera y me golpee cada vez más fuerte con su cada vez más largo rabo, incontenible de felicidad. No puedo sentarme a su alcance sin que esto ocurra.

Wallito, al igual que Rosalía, la pug que lo antecede en edad, es adicto a la comida. Se come la suya y la ajena. Su mayor travesura, lo que más heroico lo hace sentir, es comerse la comida de mis gatos. No los agrede, ni los mira. Sólo está pendiente del menor descuido para entrar a la casa y comerse la comida de los gatos. Y hay que verle la cara de alegría después de cometer esa hazaña, con el fondo musical de la protesta de los gatos.

También le encanta escaparse a correr a la calle, lo que le ha proporcionado algunas amistades humanas que vienen a verlo y a conversar con él en la puerta de mi casa. Porque así como le gusta escaparse, no aguanta mucho tiempo fuera. De todos mis perros, es el único que regresa espontánea y rápidamente. Y pastorea a los otros. Cuando llamo a alguno y no viene, lo busca y me lo trae.

Wally es una belleza de perro. Y un amor. Además, es mi jefe de seguridad, porque en realidad, no es temible, pero le temen por el tamaño y lo duro que ladra. De mis perros, temibles son los dos de menor tamaño: la pug y el chihuahua, que sí han mordido a no pocos de mis visitantes. 

A Wally le encanta leer la prensa y responder al celular. No hay forma de juntarse con un periódico si él lo alcanza primero, y dejar un celular cerca de él y perderlo es lo mismo.

Como todos los seres vivos, Wally es vulnerable a las enfermedades. Se enfermó y parece que entró en fase terminal. Dos días sin siquiera mirar la comida, esforzándose inútilmente por orinar, sin erguirse como los guardias cuando salgo a la galería donde pasa la vida, sin salir a recibirme con algarabía cuando regreso de la calle, sin desbaratar los periódicos y acostarse encima de ellos para que yo no los vea, son indicios claros de que se está despidiendo.

Y aquí estoy, amaneciendo en claro, deseando que lo que tenga que ser, sea rápido, porque es evidente que está sufriendo, pero al mismo tiempo preguntándome por qué tengo que perderlo, y cómo será la vida sin él. Me consuela la certeza de que ha sido muy consentido, muy querido e inmensamente feliz con nosotras.

Gracias al amigo que me lo regaló. Gracias, Wallito por estos cuatro años en los que me has hecho reír, me has cuidado, y me has querido tanto.

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